Bebés a la carta

bebe comiendoHace días me había propuesto, como prueba, escribir anotaciones intrascendentes, simples, breves y controversiales. Son mucho más fáciles y no hay que esforzarse demasiado. Porque parecieran ser las que más reditúan en los blogs. Pero no he podido. Va en contra de mi naturaleza. Y mucho menos cuando, en una simple carta en un periódico, me encuentro algo tan hermoso como esto.

Bebés a la carta es el título de una misiva que, el diario español [Enlace bloqueado por la Tasa española AEDE], en su sección Cartas al Director, ―de la edición impresa― le publicó el domingo 10 de diciembre al señor Javier Gómez Calvo, de Zaragoza, España. Y consideré que no podía dejar que esa tinta se perdiera en los basureros del día siguiente.

El se refiere a los avances en el campo médico-genético, por medio de los cuales ya sería posible elegir, no solamente el sexo de una criatura, sino hasta su constitución física. Y según él, eso comienza a dar un poco de miedo.

Pero lo mejor de esa breve carta son las últimas cuatro líneas, en las que dice:

Tengo una hija de cinco años, y aunque tuviera el poder de hacerlo, no cambiaría un ápice de ella. Todas las imperfecciones que tenga o pudiera tener son la esencia del ser humano, y en ello radica que no se sienta la mejor, pero sí única, y siempre uno más.

Esas palabras no tienen desperdicio. Me recuerdan algo la forma tan emotivamente exaltada que mi amiga María Luján utiliza cuando habla de su hija. ¡Cuánto se valora aquello que cuesta incontables esfuerzos llegar a tener!

Cada individuo es único. Cada ser humano tiene su propio camino que recorrer por sí mismo. Nadie puede hacerlo por él. Nadie puede aprender solamente de sus propios triunfos. Todos cometemos errores, pues debemos aprender de ellos. Pero llegar a aprender también de los errores cometidos por otros es un signo de evolución elevada, y una sabiduría personal que pocos logran.

Me alegra ver que haya padres como Javier Gómez Calvo, que han logrado llegar a ver a sus hijos como realmente son, aceptando sus aparente defectos y valorando su individualidad, sin intención de imponer ni cambiar nada. Yo creo que la función de los padres es la de orientar a los hijos, la de mostrarles caminos y opciones, la de señalarles comportamientos legal, social y moralmente adecuados e inadecuados, pero no la de imponerles conductas, modos de ser ajenos y hasta oficios y carreras, cuando no sus propios y personales gustos.

Todo estaría completo si los hijos llegaran a un nivel similar, dándose cuenta de que las imperfecciones que, como padres, pudieran llegar a tener sus progenitores, también los hacen únicos e individuales, y sus aciertos y errores educativos son sólo una muestra de los que ellos mismos tendrán como adultos y cuando sean padres.

No es tan difícil valorar los aciertos ajenos, ni tratar de evitar los errores que otros cometieron en similares circunstancias. Para eso tenemos el discernimiento del bien y el mal. En contraposición a quienes sostienen la tesis de que los hijos copian lo que ven en los padres, vemos que, en la casa de borrachos los hijos pueden ser abstemios; en la de vagos, trabajadores incansables; en la de un maltratador de mujeres, maridos modelo o trabajadores sociales; y en la del peor maleante surgir un futuro santo.

Las palabras de Gómez Calvo indican un nivel de madurez paterna como no había encontrado plasmado en forma tan escueta.

Como contrapartida, no puedo menos que hacer una comparación con esos padres que, sin lograr haberse aceptado a sí mismos, tampoco aceptan a sus hijos por lo que son, y les imponen comportamientos y conductas que son de otros, y suelen referirse a ellos en formas poco edificantes. No es de extrañar los elevados índices de indisciplina escolar y violencia en las aulas, muestra de una total falta de autoestima y de control parental.

Tampoco es de asombrar que tantos niños y adolescentes, disconformes consigo mismos y con sus padres, en lugar de vivir sus propias vidas y abrir su camino personal, no quieran otra cosa que cambiar su apariencia e imitar a algún otro, generalmente famoso. No nos extraña que formen grupos y pandillas en los que se sientan integrados y aceptados, a falta de la no aceptación que como individuos tienen en su propios hogares.Yo no soy dado a buscar gurús entre los hombres, ni tengo ídolos fílmicos, ni superhéroes de historietas. Cuando era un niño yo admiraba a mi padre. Ahora que soy padre admiro a mis hijos.

Creo que no podría ser de otra forma.

Mi sincera felicitación a Javier Gómez Calvo por sus palabras, aunque quizás nunca se entere.

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2 respuestas a Bebés a la carta

  1. Educar y aceptar, dos palabras con mucha enjundia. Creo que lo más difícil que he hecho y estoy haciendo, es intentar educar a mi hija. El entorno, el consumo, lo que veo a mi alrededor no me gusta, y no sé si le estoy dando a mi hija las herramientas suficientes para navegar en este mar tan turbulento.
    Tenemos una sociedad muy crispada, con una clara falta de referentes, y con una presión mediática muy fuerte. Los padres ahora no lo tenemos fácil, nada fácil.
    Para mi aceptar es fácil, pero educar me parece una tarea muy complicada, espero estar haciéndolo bien. Sólo lo sabré cuando pase el tiempo.
    Saludos cordiales.

  2. guardafaro dijo:

    Me parece que aceptar y educar van muy juntos. Aquellos a quienes no aceptamos, no nos molestamos en educarlos. Desafortunadamente, muchos parecen confundir aceptación con la simple tolerarancia.
    Concuerdo en que, para la mayoría de los padres, aceptar a los hijos como son, (el dejarlos ser, pues) puede no ser una tarea tan difícil. Lo realmente duro es educarlos en el justo medio. Porque llega un momento en que, si no se es muy ecuánime, es fácil confundir nuestros propios gustos, carencias y deseos proyectados en ellos, que se llega a creer que son los de ellos. Ahí es donde todo intento de educación se convierte en una tarea imposible, porque ya no es educación sino imposición.

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