Cigarrillo, adiós

cerveza y un pincho con un cigarrillo priendo encima

Para que cualquier sociedad funcione debe poner límites al comportamiento de los individuos. Porque los derechos de uno terminan justo donde comienzan los derechos del otro. Al que no le guste eso que se compre su propia isla privada.

No tiene sentido alguno la campaña del Prohibido Prohibir y otras más “por la tolerancia” que realizaron los fumadores en relación con la modificación que se gestaba en la ley antitabaco, que restringía fumar en numerosos sitios, principalmente en bares y establecimientos públicos. Ahora dicen que es una restricción a las libertades. ¡Por supuesto que es una restricción!, pero no a las libertades sino y al libertinaje.

Para muchos “ciudadanos” son una restricción a las libertades los límites de velocidad establecidos en las vías de circulación de vehículos, como lo son las que ponen límite a los ruidos, a las horas de cerrar los bares, a los botellones, a dejar  los coches aparcados sobre las aceras, al uso libre de armas de fuego, a la monogamia y a tantas otras cosas. Pero, repito, la convivencia en sociedad requiere de esos límites, no a las libertades propiamente, sino al comportamiento de los individuos, y eso no tiene discusión. Mucho menos la tiene cuando se trata de la salud de un colectivo, amenazada por otro.

Para mi, que nunca he sido fumador y he sufrido hasta la saturación la molestia del humo de los cigarrillos ajenos, calladamente por lo general, lo principal de esta ley es que está legislando para salvaguardar a los niños de la propia estupidez de sus padres.

Protegiendo a los hijos contra la estupidez de los padres

afiche agoraDurante el mes de noviembre y casi todo diciembre he estado en Asturias, ocupado en escribir la segunda parte de mi novela «La comunión de los ángeles». Como en Agüeria, el pueblo donde mis padres viven, por su ubicación de pequeño valle entre montañas, es muy mala la comunicación de telefonía móvil (incluso el GPS solo me da un satélite con poca señal), mucho más con Vodafone, de nada me valía un servicio de Internet móvil, por lo que, para conectarme a la Web, consultar el correo electrónico y realizar algunas investigaciones que me interesaban, me iba un par de horas a Moreda con mi portátil, porque en el bar Agora, al lado de la iglesia, tienen servicio de Wi-Fi. Un café o un vinito dulce de Málaga eran suficientes para pasar el rato.

Pero el Ágora es un bar de fumadores, de todos los fumadores del pueblo. Hasta un pequeño disgusto tuve con una fumadora agresiva y maleducada que me echó el humo a la cara desde la mesa de al lado. En varias oportunidades tuve que llegar yo a salirme del local por no soportar tanto humo.   Si me encuentro con aquella mujer cuando yo regrese en unos días, ya veremos quien es el que tendrá que salir del bar.

Lo que más me llamó la atención fue ver, no recuerdo bien si el veintitrés o el veinticuatro de diciembre, a un matrimonio entrar con una pareja de niños, quienes no pasaban de los cinco años, y sentarse a una mesa, en un momento en que yo me preparaba para salir por la gran concentración de humo de cigarrillo en el local, muy malamente ventilado, por cierto.

Pero lo que me dejó boquiabierto no fue ese acto, ya de sí irresponsable, de los padres ? de tales niños, sino el ver como tanto él como ella prendían sendos cigarrillos, sin importarles para nada sus hijos en la mesa.
Lo que digo, es una lástima que se necesite una ley para proteger a los hijos contra las estupideces de los padres.

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Una respuesta en “Cigarrillo, adiós

  1. Pilar Alonso dijo:

    Sí es muy cierto lo de los padres que no cuidan para nada la salud de sus hijos, lo malo es que en su propia casa no los protege ninguna ley. Tengo unos vecinos, padres de tres niñas encantadoras, que fumaban dos paquetes diarios cada uno-padre y madre- (el padre ahora ha dejado de fumar…¡qué mérito tiene, siguiendo su mujer fumando, aunque algo menos!)
    Evidentemente en su salón se fumaba lo que hiciera falta… y se sigue fumando.
    Y en cuántas casas pasará esto…..

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