Los sapos de mi jardín

Dos sapos¿Y a qué le temes tú?

¿Has logrado enfrentar y vencer tus miedos?

¿Convives en armonía con ellos, o son ellos los que viven a expensa tuya?
(…) Yo recuerdo que, de niño, allá en el pueblo vivían asustándome con cualquier cantidad de cosas, particularmente con bichos tales como los sapos. «¡No los vayas a agarrar! Mira que si te echan los meados puedes enfermarte y hasta morir» Y cosas por el estilo. De forma que, con tantos sapos y ranas que había por aquel pueblo rodeado de montes, campos y ríos, si por alguna poderosa razón tenía que salir de noche, era yo el que saltaba si uno se cruzada en mi camino. Quien me viera de lejos podría pensar que yo iba bailando alguna danza folclórica. (…)


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Las tendencias actuales en cuanto a educación tienden a la enseñanza del niño. Parece que el eslogan viniera a ser algo así como: «a más temprana edad mejor» El refranero popular dice que «loro viejo no aprende a hablar»

El proceso de aprendizaje en los adultos es diferente que en los niños. El niño copia e imita los comportamientos que observa. A la mayoría de los adultos les cuesta mucho cambiar algún hábito, aunque sepan que no es correcto o adecuado, por mucho que vean a otros con un comportamiento distinto. Pocos son los que aprovechan eso de “aprender en cabeza ajena,” es decir, tomar la experiencia de lo que a los demás les sucede, sin tener necesidad de experimentarlo por sí mismo. Una vez aprendido un comportamiento, cuesta bastante cambiarlo. Esto se manifiesta más palpablemente en los procesos de adquisición del miedo. Porque todos los temores que tengamos han sido aprendidos, bien haya sido por la propia experiencia negativa, o por imposición. La mayoría se originan en la niñez, y luego que se han fijado vaya uno a ver cómo logra quitárselos. Agarrar un vicio, o una mala costumbre es fácil, pero corregirla no lo es tanto. Por algo se dice que se aprenden mejor las malas cosas que las buenas.

Yo recuerdo que, de niño, allá en el pueblo vivían asustándome con cualquier cantidad de cosas, particularmente con bichos tales como las salamandras y los sapos. «¡No los vayas a agarrar! Mira que si te mean puedes enfermarte y hasta morir» Y cosas por el estilo. De forma que, con tantos sapos y ranas que había por aquel pueblo rodeado de montes, campos y ríos, si por alguna poderosa razón tenía que salir de noche, era yo el que saltaba si se me cruzada uno en el camino. Quien me viera de lejos podría pensar que yo iba bailando alguna danza folclórica.

Cada persona podrá buscar dentro de sí ese tipo de perturbación angustiosa que genera algún tipo de miedo, hacia o por algo, desde los fenómenos naturales como rayos, truenos y la oscuridad, pasando por entidades como brujas, engendros y el coco, hasta los animales. Este es el rubro más amplio, integrado por sapos, culebras, perros, gatos, tigres, leones, caballos, burros, dinosaurios, arañas, dragones voladores y… microbios El tamaño no importa. Tampoco es necesario llegar al nivel de tener algún trastorno de pánico, o una fobia; puede ser un simple temor o repugnancia.

Hay miedos típicos de la adolescencia, otros que son típicos de la edad adulta y otros de la vejez. Sin embargo, las causas de la mayor parte de ellos debemos buscarlas en una mala experiencia durante la niñez, o en una mala enseñanza que nos dieron. Algunas fueron debidas a desconocimiento de los propios padres y maestros, quienes nos traspasaron sus propios temores, racionales o irracionales. Otras veces, fue en plan punitivo, para forzar en nosotros un comportamiento concreto y actuáramos de la forma que se quería.

«Pórtate bien porque si no lo haces viene el Coco» Y he aquí fijado un miedo a lo intangible, a lo puramente imaginativo.
«Compórtate o te llevará preso el policía»
«No agarres esa araña porque puede ser venenosa»
«Cuidado con el gato, que te puede arañar. »
«Dios te va a castigar con el infierno»

En relación con los animales, hoy día priva el conservacionismo. La tendencia para lograrlo es actuar en los colegios a nivel de primaria, preparatoria y jardines infantiles. Existen programas de educación a cargo de psicólogos, biólogos, zoólogos y toda clase de profesionales, así como también quienes carecen de título universitario alguno, pero tienen buena voluntad, un gran corazón y experiencia en el tema. Se busca que los niños tengan contacto directo con diversas especies animales. Se les enseñan sus costumbres y cuidados, a fin de que sepan que esperar de ellos y aprendan a apreciarlos y conocer la importancia que cada uno tiene dentro del ecosistema. Además, para que no confundan los peligros reales con los puramente imaginarios, que suelen ser los peores.

Es el desconocimiento quien nos trae el temor infundado. Pero eso es reversible. Si el desconocimiento nos causó el temor, entonces la adquisición del conocimiento nos devolverá la tranquilidad. Sobra decir que también se requiere de una buena dosis de decisión. Sino que pregunten al aventurero Indiana Jones y su miedo a las culebras. Por supuesto que hay los que se pueden llamar miedos que no asustan. Esos otros son los que nos hacen fluir la adrenalina y mantenernos atentos al entorno, cuando estamos en alguna situación que sabemos es potencialmente riesgosa. Pero no es este tipo de miedo del que me ocupo en este artículo.

En la zona de la ciudad de Barcelona, Venezuela, en donde llevo quince años viviendo, hay una buena cantidad de ranas, sapitos de jardín y… sapotes. Por supuesto que en los jardines de mi casa también los hay. Al principio yo los miraba de lejitos. Mi esposa ni digamos. Tolerábamos los pequeños, pero cuando alguno crecía mucho, yo lo agarraba con una red, lo metía en una caja y lo liberaba en algún baldío en donde pudieran guarecerse del sol, o a las orillas del río.

Ya por aquel entonces sabía que la presencia de ellos es beneficiosa, porque se comen los insectos. El aspecto era lo que no me cuadraba. No es de extrañar que en los cuentos de hadas, las brujas conviertan en sapos a los príncipes, porque es bien difícil que nadie les de un beso, ni siquiera para romper un hechizo. Y hay quines aseguran que realmente hay sapos encantados, garantizados. Porque, además del aspecto tan poco agraciado, lo otro era el inculcado temor que yo tenía al líquido que sueltan, bien por exudación o por orina. El principio de la prudencia parece ser claro, si no sabes si se trata de una venenosísima serpiente coral o de una inofensiva falsa coral, mejor te mantienes bien alejado.

Los años vinieron pasando y, con esto de la globalización y la televisión por cable, los programas de Animal Planet y otras cosas, fui aprendiendo más sobre los animales, particularmente sobre los batracios y los mitos en torno a ellos. Poco a poco, sin apuro alguno, mi mente tuvo tiempo suficiente de ir digiriendo todo eso. Y la presencia continua, del día a día, con los sapos en el zoológico de mi jardín, me fue familiarizando con ellos. Bastante tuvieron que ver también, los sentimientos que había ido desarrollando del respeto a la vida y todo eso, no lo oculto.

Ahora, a mis 56 años, hay cosas que han cambiado y temores que han desaparecido. Muchas personas se asombran y hasta horrorizan si me ven colocar cuidadosamente un dedo para que se suba la abeja que camina alocadamente tras el cristal de una ventana sin poder salir, y sacarla al exterior para que pueda irse volando. O cuando hago lo propio con la araña que tejió su tela en el lugar indeseado, trasladándola a otro sitio. «¡Te van a picar!» Dicen invariablemente. ¿Y por qué habría de hacerlo? Mi argumento es simple. Conozco algo de su comportamiento, y ellas perciben que yo no tengo intención de hacerles daño.

Durante un tiempo, en las noches encontré algunos de los sapos de mi jardín reunidos alrededor de los platos de la comida de los perros, e incluso adentro de ellos. Yo me preguntaba el motivo, pues no me podía imaginar que fuera para comerse lo que ellos dejaban. Pero las evidencias me mostraron que ese era el motivo, precisamente. Para comprobarlo, di por ponerles algunos granos en un lugar estratégico. A la mañana siguiente los granos no estaban.

De unos tres años para acá, durante las épocas de lluvias he llegado a tener hasta casi una docena de comensales. En ésta temporada llegó uno de los viejos, y ya están llegando tres. Hay muchos más sapos en mis jardines, pero no todos se animan a tal cercanía, o no les han pasado la voz de la comida gratis.

Dándole de comer a los saposHacia las cinco de la tarde, hora de la comida de las perras, ellos comienzan a concentrarse en el lugar que les tengo asignado. Así que, después de servir a mis boxers, les comienzo a dar a ellos algunos de los granos del concentrado. Los voy haciendo rodar uno a uno, cerca de ellos, que los van atrapando con la lengua en un rapidísimo movimiento. Procuro que unos no coman más que otros, pues siempre hay el más glotón y el más indeciso. Tampoco les doy mucho, porque si llenan la barriga no cumplen con su cometido de tener la casa limpia de insectos. De alguna forma tienen que retribuir el alojamiento y el buen trato que se les da.

Con el tiempo, supongo que, estos sapitos elitescos, me han visto como un proveedor. Definitivamente, no hay nadie a quien más se aprecie que la mano que te alimenta. Ellos aceptan caricias, y algunos se dejan agarrar sin problema. Yo aprovecho para revisarlos. Nada en particular, ver que estén bien, sacarles alguna que otra garrapata y esas cosillas que todo dueño de finca debe hacer con sus animales. No, nunca he llegado a llevar ninguno al veterinario. ¡Ah, si! Y ya no desterramos a los que crecen mucho. Aún no sé como lo hacen, pero dentro de este pequeño ecosistema que es mi hogar, ellos se controlan solos. Nunca hemos tenido una sobrepoblación.

Dos sapos másUn consejo. Si van a comenzar a alimentar a los sapos de sus miedos o de sus fobias con alimentos para perros o gatos, que no sean más de dos o tres granos, pues son muy nutritivos. De lo contrario, antes de lo que se imaginan, no tendrán sapos en su jardín, sino un montón de mastines de los Pirineos. Pero que todo sea por nuestra tranquilidad. Los miedos son como una pila de potes apilados en el supermercado. Una vez que quitas alguno de los de abajo, los demás que se colocaron en cima y se sustentan a partir de aquellos, caerán por sí solos. Eso sí, hay que estar preparados para el estruendo.
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3 respuestas a Los sapos de mi jardín

  1. maria lujan dijo:

    Es edificante ver como has superado el miedo a los sapos, y como ahora los tratas como amigos. Yo tengo un miedo irracional a las cucara….ni puedo terminar el nombre.
    El resto de mis miedos creo que son racionales, y simplemente son un cálculo del riesgo.
    Pero es indudable que debo tener algún miedo del que no soy consciente.
    Un buen artículo, sí señor.

  2. Ricrom dijo:

    Gran sensibilidad y excelente estilo para expresar el milagro maravilloso de lo cotidiano. Gracias por visitar mi bitácora, como usted prefiere llamar los «blogs» (estoy de acuerdo). Ademas porque me dio la oportunidad de conocer este relajante e «inteligente» lugar.
    El Miedo nos hace prudentes, el Temor nos ayuda a ser más responsables y medir consecuencias de nuestros actos. El miedo es un utencilio emocional de gran valor experimental y usted asi lo expone con total claridad en su articulo.
    Continue con este lugar, y agregueme a su lista de beneficiarios.
    Aprovecho mi anonimato y la distancia para sugierirle a sus hijas que dejen de ver las formas y se concentren mas en el gran fondo espiritual que tiene su padre. – y no es broma. o bueno, un poco.

    Congratulations Sir.

  3. Vianey dijo:

    quisiera saber esactamente que tipo de bichos comen los sapos ya que encontre uno en mi jardin y loconserve y no se bien que pueda come les agradeceria que me contestaran

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