Regálame una sonrisa

gaitas y diversión

¡Ah, el valor de una buena sonrisa!

Todos tenemos nuestros buenos momentos, y también los malos. Yo, como buen Piscis soy dual. Hay momentos en que parezco a punto de hacer erupción, y genero un campo energético ofensivo que realmente se siente. Es el día en que adivinas y brujos se niegan a atenderme, y las gitanas se persignan y voltean hacia otro lado para no verme a los ojos.

En oposición, cuando mi otro delfín salta fuera del agua, ávido de sol y deseando trasmutarse en ave, los resultados son totalmente contrarios y asombrosos. Si voy en mi auto, llego justo cuando un puesto de estacionamiento se está desocupando; encuentro una silla en la barra del café, soy atendido con amabilidad y prontitud, los niños no dejan de mirarme cuando paso y, si sonrío, hasta las madres se olvidan que son casadas.

Cuando decido estar neutro y colocarme el manto de invisibilidad, tan efectivo como la capa del padre de Harry Potter, puedo pasear por las calles sin que nadie me note.

Recuerdo uno de esos días, pocos y extraños, en que mis buenos modales me rebosaban por los poros, y la sonrisa no se me iba de los labios. Y no tenía algún motivo especial. Había reconfirmado en las taquillas de Iberia, en el aeropuerto de Barajas, mi reservación para un viaje a Caracas. Me detuve en un módulo de Información, para pedir la guía de los Derechos del Pasajero editada por Aena. Había una mujer con un carrito atestado de maletas, que estaba siendo atendida por la joven encargada del módulo, por lo que me quedé a unos pasos, esperando mi turno.

Ella hablaba con acento muy andaluz y una voz fuerte y airada. Por lo que entendí, venía desde Sevilla y tenía problemas por falta de cupo en un vuelo internacional que tenía reservado. Afirmaba que era la segunda vez que se lo hacían y ya estaba harta.

La señorita de información, con voz mediadora y unos excelentes modales, le insistió varias veces en que fuera nuevamente y solicitara su embarque, y en caso de negativa por falta de cupo, les pidiera una hoja de reclamación. Pero la instaba a que lo hiciera con buenos modales, sin gritar, o no iba a conseguir que la atendieran. La mujer aún estuvo un buen rato despotricando, con una actitud y un tono de voz agresivos. A cualquiera podría parecerle que la causante de sus tribulaciones fuera la señorita que la atendía. Además insistía en que ella era capaz de tranquilizarse, pero no lo hacía.

Cuando se fue y la tensión descendió, yo me arrimé al mostrador, pero no tuve tiempo de hablar. Por detrás de mí, apresuradamente, sin esperar turno ni pedir permiso, un hombre preguntó por algún sitio dentro del aeropuerto. La joven del módulo le dio las indicaciones precisas, pero él, con gran falta de delicadeza, le preguntó que si estaba segura. Yo sentí una brisa desagradable que intentó perturbar mi campo energético personal, pero resistió. Sin embargo la joven se demudó. La sonrisa fue sustituida por un rictus de rabia mal contenida. No obstante, logró mantener una voz bastante serena, y le dijo:

― Señor, yo trabajo en este mostrador de información y debo saber de lo que hablo. Le estoy diciendo a usted que debe subir al siguiente piso por aquellas escalera, y luego…

Nuevamente le dio la información precisa para llegar a donde el hombre quería ir. Luego giró hacia mí, dejando muy claro que daba por terminado el asunto y no deseaba seguir hablando con él.

El hombre, quizás intentando justificarse, comenzó a decirle que ya le habían enviado para varios sitios distintos que no eran. Pero yo no lo dejé seguir.

― Seguro que usted preguntó a quienes no debía. Pero ahora le ha preguntado a la persona correcta.

Creo que entendió, porque dio la vuelta y se fue apresuradamente.

Gaita y sonrisas Como mi delfín brillante retozaba en la superficie, y yo me había rodeado de mi mejor esfera rosada, sonreí a la joven, quien lo agradeció, relajándose. Le dije algo más, y sus labios volvieron a sonreír.

Pienso que alguien debió abrir una ventana, porque todo se llenó de luz.

¡Qué magia tiene una sonrisa!

Y como se abre paso dentro de uno, ablandando corazones y ganándose voluntades.
― Hay días difíciles. ¿Verdad? ―Le dije yo.
― No son los días, son las personas. ―Respondió ella, en voz baja, con tono de complicidad.

Gran verdad aquella, que por tan absoluta no requería agregarle ni un ápice.

Yo continué mi camino, tarareando una cancioncilla, tratando de hacer recuento de las sonrisas que me habían regalado esa tarde, y las que yo había alentado con las mías y mi trato cortés.

Había tanta tensión en aquel aeropuerto que lo menos que yo pude hacer fue tratar de llevar un rayito de tranquilidad para algunos, aunque fuera momentáneo. No lograba entender por qué me sentía de aquella forma, pero no tenía ganas de ponerme a racionalizarlo.

Nuevamente confirmé dos cosas:
• que no son las situaciones las que nos manejan a su antojo, somos nosotros quienes decidimos afectarnos por ellas y dejarnos manejar;
• que el valor de una buena sonrisa puede disculpar los comportamientos poco adecuados.

El gato y las dos muñecas
Dentro de su casa, hasta el gato puede hacer lo que quiera, o lo que le dejan. Pero en la calle, por favor, se cortés. Uno mismo lo necesita tanto como los demás.
Porque les digo, ¡que enorme fuerza tienen una sonrisa espontánea y sincera, y un poco de amabilidad y cortesía!

Otra nueva sonrisa Regálame una sonrisa,


Otra sonrisa más

que yo te regalaré otra.

Mi sonrisa de regalo



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2 respuestas a Regálame una sonrisa

  1. Muy de acuerdo y además es gratis, que parece que hay gente a la que le cuesta. Lo mismo que dar las gracias ó usar eso que se llama educación. Esa especie de comunicación no verbal que es internacionalmente aceptada y hace que todos «nos entendamos»
    Por cierto; gracias por intentar que yo entienda lo de los enlaces. Al final me ha resultado mas practico mudarme a una nueva bitácora.
    A lo mejor un dia soy capaz de controlar lo de los emoticones para poner sonrisas je je je.

  2. Mary dijo:

    Viste que facil es sonreir?
    Te quiero, Mary

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