Banderas a media hasta y un himno a la alegría.

Yo puedo decir: Pienso, luego, existo.

Porque la vida me ha dado razones suficientes para comprender que hay muchos humanos que existen sin pensar.

Estoy hasta más arriba de la coronilla de escuchar los aplausos de las 20:00 en los balcones.
Ojo, no por lo que representan, que para ensalzar a todo el personal sanitario de España es muy poco, y yo ya lo hice en una publicación en Facebook. Lo que me molesta in extremis es que, con ellos, se esté olvidando lo más importante o a los más importantes.

Porque los españoles son (no todos lo somos) castañuelas, bulerías y toros. Y ensalzando al torero en el ruedo, entre los gritos de la afición, los vítores y la música no dejan escuchar los berridos de dolor y de angustia del toro ensangrentado y desgarrado por dentro.

De similar manera, los merecidos aplausos a los vivos nos hacen olvidar lo que importa, que son los miles de ciudadanos que ya han muerto en esta pandemia con nombre de Covid-19. Y con ello le hacemos el juego a la actitud miserable de un gobierno que quiere que los olvidemos, que deshumanicemos esos cuerpos en las morgues y en el cementerio y los convirtamos solamente en cifras estadísticas frías e insensibles. No solo no están todas las bandera a media hasta permanente, sino que ni siquiera quieren que se les haga el menor reconocimiento a los muertos.

¿Puede aplaudir aquel que ha perdido a alguien en la UCI de un hospital, sin ningún ser querido a su lado? Que todos los esfuerzos de los médicos y demás personal fue insuficiente para salvarlo.

¿Puede aplaudir aquel que ha perdido a su padre, a su madre, un hermano, algún hijo o al cónyuge en casa porque no logró que lo llevaran a un hospital?

¿Puede aplaudir aquel que, para mayor dolor, convivió con el cadáver porque tardaron días en ir a buscarlo?

¿Puede aplaudir aquel que tenía algún familiar en alguna residencia de mayores, y que se enteró que murió solo y abandonado en una cama? Porque aquellos centros, pensados para hacer más llevaderos los últimos días de los ancianos, se convirtieron en guetos y campos de exterminio. Con los pulmones agotados y sin poder respirar, no se puede bramar para dejar salir todo el dolor y el desconsuelo que se ha de sentir. Mucho menos si no tienes al lado a nadie que intente escuchar tus susurros.

Pienso, luego, existo.

Cada tarde a las ocho escucho los aplausos. Alguien en mi edificio coloca música, cada día algo distinto, finaliza con el himno de España y el grito de ¡Viva España! Con el himno me viene a la mente, de forma invariable, la letra del “Cara al sol”, porque era lo que cantábamos en la escuelita del pueblo (como en todo el país), y terminábamos con ese mismo vítor.

Yo no digo que dejemos de aplaudir cada anochecer, porque sería injusto para quienes se juegan la salud y la vida en el frente de batalla en los hospitales. Mientras los demás estamos atrincherados. Porque esos aplausos que damos son también, en buena parte, por nosotros mismos, por todos los millones de ciudadanos que nos hemos confinado en nuestros hogares para intentar frenar la expansión del contagio. Que, para unos más que para otros, también está siendo un acto de sacrificio muy grande.

Pero no le sigamos el juego a este gobierno de ineptos, que espero paguen todos por su desidia y estupidez. No, no dejemos de aplaudir los esfuerzos del personal sanitario, más el de todos los demás que también contribuyen a mantener funcionando los hospitales.

Sin embargo, ¿por qué no hacemos algo más?
Voy a proponer algo.

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¿Qué tal si, cada mañana, salimos al balcón a contemplar el desarrollo del amanecer?

A las 08:00 guardamos cinco minutos de silencio por todos los que han muerto y cuyos ojos ya no verán otro amanecer. Cinco minutos, no uno, porque son demasiados muertos y un minuto no representa sacrifico para nadie.

También podría ser al atardecer, luego de los aplausos a los médicos y sanitarios en general. Ya que estamos todos allí en el balcón y nos hemos acostumbrad0 al momento. Porque así como esos muertos ya no verán un amanecer más, tampoco verán otro atardecer, y la hora es lo de menos. A las 20:02 podría ser, luego de esos dos minutos de aplausos a los sanitarios.

Sí, por todos esos miles contabilizados y los muchos miles más no contabilizados, que han muerto por causa de la pandemia, y por los miles que todavía tendrán que morir y tampoco verán otro amanecer ni otro atardecer, no acariciaran el cabello o la piel del ser querido ni verán crecer a hijos y nietos.

Y para que esos minutos silenciosos no sean mudos ni obstinadamente aburridos podríamos ponerles música, que haga de temporizador.

¿Qué música podríamos poner a todo volumen, para que acompañe nuestro silencio?

¿El Himno a la alegría?

Muy pocas personas, que no sean músicos de formación clásica, están al tanto de que con ese nombre se conoce al cuarto movimiento de la extraordinaria y excelsa “Novena sinfonía” de Ludwig van Beethoven, en el que musicaliza el poema de Friedrich Schiller llamado “Oda a la alegría”.

¿Por qué no esa melodía? Sin letra, por favor, solo la música. Me refiero a esas letras que le han sacado algunos cantantes, no a la letra original de la propia coral de la 9ª Sinfonía.

Porque esta pandemia es global.
Pocos también están al tanto de que, precisamente ese, fue adoptado por la Unión Europea como su himno, y oficialmente llamado Himno Europeo.

Hay grabaciones de ese pieza que duran poco más de cinco minutos.

Al final de la melodía rompemos esos cinco minutos de silencio con un sonoro y largo aplauso.

¿Te preguntarás por qué motivo aplaudiremos a quienes están muertos? Los motivos sobran, pero te puedo dar tres.

Primero, para reconocer todo lo que esos muertos fueron y lo que aportaron al país durante sus vidas (y lo que podrían haber aportado de seguir vivos). Porque fueron seres humanos, no cifras estadísticas.

En segundo lugar, como un agradecimiento al Creador porque a esas almas las haya colocado en lo más alto y luminoso del Paraíso Celestial.

Y tercero porque ellos sean quienes, en otra vida terrena (para los que creemos en ello), sean los dirigentes que lleven al mundo entero a una era dorada de prosperidad y de fraternidad universal.

Porque las gracias se pueden dar por adelantado, en un acto de verdadera fe. Si loable es dar gracias por los favores recibidos, considero que más meritorio es darlas por aquello que aún no hemos recibido y que esperamos.

Habrá quienes piensen que el “Himno a la Alegría” es una musiquilla ligera, como la que tocaban en la flauta dulce en clase. Pues no lo es.
Más abajo dejo una magnífica interpretación realizada por el Coro De La Universidad De Sevilla dirigido por José Carlos Carmona. Escúchenlo con el corazón en la mano y luego díganme si no podría resultar adecuada para lo que propongo. Aunque estoy abierto a otras proposiciones.

Esa versión dura 6:45 minutos. No obstante, sea de ese arreglo o de otro, un buen músico o un técnico de sonido podrían editar para obtener una versión de cinco minutos. Como una colaboración. Jaime Altozano, soy un seguidor de tus excelentes videos sobre música. ¿Recoges el testigo?

Tú que me estás leyendo, ¿también puedes decir: Pienso, luego, existo?
¿O eres de los que existen sin pensar porque resulta más cómodo?

 

Publicado hoy también en mi página de Facebook.

Nota: Me estoy dando cuenta de que mi pequeño homenaje al personal de sanitarios no lo publiqué aquí, sino solamente en Facebook. Tendré que rescatarlo, ya que lo que se coloca alli es tan solo flor de un día.

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