Ese coronavirus que metiste en casa y no lo sabes

Llegas a casa, cierras la puerta, dejas el carrito de la compra o lo que lleves, vas directo al baño y te lavas bien las manos un par de veces con jabón y te las seca; luego aplicas una solución antiséptica, para estar seguros, y sonríes feliz. ¿Piensas que ya estás limpio?

Pues permíteme decirte que quizás no hayas logrado nada y que, quizás, solo quizás, ya tengas el coronavirus encima y por todas partes metido en tu casa. Y no es que lo traes de la calle, es que ya te lo llevaste para la calle cuando saliste.

No entiendes el porqué, ¿verdad?
Te lo voy a poner con un ejemplo del edificio donde vivo. Para ello comencemos al revés esta historia, por cuando sales de casa.

Te has lavado bien las manos y sales de casa con el carrito, a ver si en el súper consigues lo que te falta. Llegas a la inmensa puerta doble de hierro, que para entrar hay que pasar la llave y empujar con el hombro o con un pie como si fueras Sansón. Pues te encuentras que por dentro, quizás a la presidenta de la comunidad de vecinos o a la empresa que lleva la administración, se les ocurrió reparar la cerradura, que siempre daba problemas. Y en un acto de “iluminación equina” sustituyeron la manilla por un pomo dorado bien brillante, que parece de bronce. El mismo de la imagen. Un pomo tan sumamente duro de girar que para hacerlo hay que agarrarlo con la palma completa y, aún con todo, a mí me cuesta y me he encontrado con un par de personas de más edad que no lograban abrir la puerta para salir.

Esos “iluminados” que eligieron esa cerradura desconocían que las normativa indican que, en las puertas de salida de edificios, las cerraduras tienen que ser de “manilla” para apertura rápida. Y si son puertas de emergencia tienen que ser de “barra a todo lo ancho de la puerta”, en las que solo es necesario bajarlas para abrirla. Sí, de “manilla”, que es una barrita que a mayor longitud facilita la apertura, por simple física de la palanca.

Pues nada, que tú, precavida persona que te has lavado tan bien las manos para salir, al llegar a la puerta del edificio, con la palma completa de una mano o con las dos, has agarrado ese pomo con toda fuerza y lo has girado para abrir. Resulta que acabas de agarrar todos los coronita virus que dejó alguien infectado que salió antes que tú tosiendo en su palma (aunque no sepa que está contagiado) y te los llevas contigo.

Sigues con tu carrito de la compra hacia el súper y habrás pasado esos virus a su manillar, a sus diversas partes, a tu cabello cuando lo apartaste por la brisa; a la cara, a tus gafas y al pañuelo con que limpiaste los cristales, a tu billetera o monedero, a tu ropa, al llavero y a todo aquello que tocaste, ejerciendo así de agente propagador involuntario.

Vuelvo al primer párrafo cuando llegas a casa, y pregunto de nuevo: ¿Piensas que ya estás seguro al haberte lavado las manos?
¿Eres de los que desinfecta el pomo de la puerta de tu casa o se te pasa el detalle porque está por afuera?

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