De apodos, negros y viajes

boxeadoresEl sabor criollo del lenguaje latinoamericano.

Si hay algo que enriquece al hombre es viajar y conocer otras culturas, comportamientos, usos y costumbres. Es una oportunidad para despojarnos de algunos prejuicios costumbristas e idiomáticos, locales.

Ya en este primer párrafo, no me extrañaría que alguna acérrima defensora de la, hoy en día, mal entendida «igualdad de sexos» haya puesto mala cara, porque, en lugar de yo decir ‘al hombre y a la mujer’, utilicé, en forma genérica, la palabra «hombre», cuando, sin especificar diferencias de sexo, quiero referirme al animal bípedo, placentario y mamífero de sangre caliente, conocido como ser humano.

Pero ocurre que palabras tales como: negro, gordo, latino, discapacitado, y otras que aluden al género masculino para referirse también al femenino, parecen tener tantos detractores que, si por ellos fuera, estarían condenadas a la extinción.

En muchas partes del mundo, como ocurre en la mayoría de los países de Latinoamérica, entre ellos Venezuela, en el convivir diario se acostumbra a utilizar un rico lenguaje lleno de metáforas, de sinécdoques y de coloquialismos, o criollismos, como por allí se les dice, que reflejan el espíritu alegre y abierto de sus gentes, y que en otras partes podría resultar chocante.

En esos lugares, el uso del sobrenombre o apodo, remoquete o mote, aún tiene un lugar destacado. Sirve para definir, para matizar aspectos de una persona y distinguirla mejor. Así, referirse a ‘El Mocho’ puede designar a una persona a la que le falte una pierna o un brazo, o simplemente no le falte nada, pero por alguna razón sea un poco torpe con las manos y le han endilgado el apodo. Y decir el ‘negro’ Juan nos aclara a cual de los tantos juanes que conocemos nos referimos. Y la ‘china’ Matea puede que no sea originaria de china, ni tenga nada que ver, sino que sus ojos tienen un leve toque rasgado.

Para estos pueblos alegres, un ‘blanco’ es alguien de piel de color claro, y un ‘negro’ será alguien perteneciente a algún grupo étnico de piel oscura, sin fijarse en la profundidad del tinte. La distinción es simple y evidente, y no requiere explicaciones. Pero puede que también se le diga ‘negro’ a cualquier tipo blanquito, pero de pelo oscuro y muy rizado, o pelo chicharrón, como le dicen por aquellos andurriales. Allí no han llegado -completamente- al nivel que muestran los norteamericanos, de designar a los negros como afro-americanos, para no ofender a un colectivo extremadamente sensibilizado e irritable. Porque si a uno de ellos se le dice negro es un insulto, a no ser que seas un brother del mismo color y raza. Mientras, para mantener el tono igualitario, los blancos son la «raza caucásica», y no por no ofenderlos, sino, nuevamente, por no herir a los otros, debido a esa peculiar sensibilidad que tienen las personas de raza negra en USA. Recuerdo cuando, en el colegio, nos enseñaban que las razas eran cinco: negros, blancos, rojos, amarillos y cobrizos. ¡Cómo cambian las cosas!

En esos países latinoamericanos, entre los compañeros del colegio, del trabajo o de farra, debido al modo de ser, fiestero y totalmente dado a la familiaridad con propios y extraños, hará que llamen a las personas por sus peculiaridades físicas evidentes. Al de piel clara o pelo rubio le dirán ‘catire’ que viene a significar ‘rubio’, el de piel oscura será el ‘negrito’ tal, el pasado de peso será ‘gordito’ y el opuesto será el ‘flaco’. Es la realidad cotidiana de lo obvio y evidente, llevada al plano informal y familiar en el lenguaje. Y ninguno de ellos se sentirá ofendido, pues no existe ese ánimo por parte de quien así les dice.

Muchas veces todos nosotros, todos y en cualquier región, recurrimos a la metáfora y a cierto tipo de comparación informal en el habla y el discurrir cotidianos. Y lo que decimos es sólo una representación libre de aquello que pretendemos señalar. Entre otras muchas cosas, de esta práctica nacen el poema, el piropo, la promesa política y, sobre todo, el apodo o sobrenombre (tan festivo en Latinoamérica como ofensivo en España).

Tenemos el caso del deporte. Hay sobre el cuadrilátero un boxeador de color blanco y otro negrito como un tizón, y los comentaristas se refieren a ellos por el color del pantalón que usan.

– Ante ustedes, la pelea a 12 asaltos por el título de los pesos pluma, entre Perico Hernández, de pantalón rojo, contra el ‘zurdo’ González, vistiendo pantalón blanco.

¡Pero si puedes ver que Hernández es negro, y el otro un blanco pelirrojo! Aquel siempre será el ‘negro’ Hernández, aunque cambie el color de los pantalones en cada pelea. Pero claro, lo entiendo, se trata de evitar reclamos, motivados en supuestas discriminaciones raciales, porque alguien afro-americano, de piel bien oscura, se moleste porque le digan negro. En España, la expresión, de prohibitiva que ya resulta, se está convirtiendo casi en un tabú impronunciable, so pena de caer en la ira colectiva, o que te digan racista. ¿Será ofensivo y discriminatorio llamarle rubia a una mujer con el pelo claro? ¿O serán las de cabello negro quienes se molesten porque les digan morenas? Últimamente parece que la verdad ofende.

En Venezuela -Argentina, Colombia y demás- a una persona de piel oscura se le designa como negro. Y la expresión ha trascendido hasta darle un uso general en término cariñoso. Incluso, a muchos de piel morena, que más apropiadamente serían mulatos, también se les suele decir ‘negrito’.

– Óyeme mi negra linda, vaya hermosa y cautivante que andas hoy, con los hombros al desnudo y esa pollera colorá resaltando tus caderas.

En Venezuela ese sería un piropo, una galantería. Son expresiones de cariño, y nunca de menosprecio por un color o raza. Y aunque la mujer origen del requiebro apenas tenga un suave color canela claro en la piel, o un bronceado playero, se sentirá alagada por la expresión, por más que sus padres y abuelos sean suizos o alemanes.

Por eso de que, antiguamente, la alta sociedad hablaba en francés y todos eran messieurs, en Venezuela, por deformación idiomática, a los venidos de fuera se les dice ‘musius’, y la expresión se ha generalizado a todo el que sea de color claro y parezca extranjero. Es un tanto peculiar, ya que los egros no son autóctonos de América, sino que, como es sabido, llegaron de África como mano de obra. Sin embargo, el uso de la expresión no tiene la intención de ofender.

Por esas mismas cosas, a los españoles se les designa comúnmente como ‘gallegos’, indiferentemente de la parte de España que sean. Quizás por eso de que las primeras emigraciones salidas de España lo hacían por puertos gallegos, o porque la mayoría de aquellos emigrantes españoles fueran gallegos y parecía haber alguno en cualquier parte. Por algo les encasillaron el chiste de que, cuando los norteamericanos llegaron a la luna, se encontraron a un gallego cocinando un pulpo. Pero la expresión no tiene nada de ofensiva, y viene a ser otra de las tantas muestras de sinécdoque, tomando el todo por la parte, o utilizando el nombre de una parte para designar al todo.

Y así como el viajar enriquece, también expone a serias equivocaciones, cuando, en otro país, alguien te diga algo que en el tuyo se considera una grosería. Y para eso no hay que irse a ultramar. Recuerdo el sonado caso en España, cuando un reconocido catedrático agarró una indignación supina porque alguien le preguntó por su mujer, refiriéndose a la esposa. Pues en Asturias, en lenguaje llano nos referimos a la cónyuge como la mujer, y raramente como esposa.

Nada, que debes tener el acierto para determinar cuando alguien tiene la intención de insultarte, o cuando estás ante un expresión coloquial, porque esa es la riqueza del lenguaje. Pero las palabras tienen un significado bien establecido en los diccionarios, aunque a muchos no les guste.

No deja de extrañarme el descollante racismo que pareciera estarse desarrollando en España en contra de los inmigrantes, particularmente negros y latinoamericanos. Y me extraña, porque España fue uno de los países que más emigrantes aportó a las américas. ¿Se trata de que llegan muchos delincuentes? Pues entonces reclámenle al gobierno por una mala política de inmigración, pero no la tomen contra colectivos que nada tienen que ver en ello. Esos sentimientos enferman a un país.

La cita es tomada del post titulado: De mogólicos, gallegos y demás gentilicios de Hernán Casciari.
foto: Floyd Mayweather y De la Hoya en la pelea más publicitada de la década.



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