La mitad de los cristales

libro la mitad de los cristalesSi vives en un pequeño piso con tu cónguge y un par de hijos, podrás entender que tener un momento de privacidad personal para leer un libro o concentrate en lo tuyo, sin tener que atender el teléfono, contestar a  los constantes “por qué” de los críos, oír a tu pareja hablar de lo que en ese momento tú no quieres escuchar, o bien mantener tu mente alejada de lo que se dice en el televisor,  es algo que puede resultar una quimera inalcanzable.  Incluso en viviendas grandes.

Habrás aprendido, entonces, que el único lugar en donde puedes refugiarte resulta ser el cuarto de baño. No es de extrañar que este sitio, generalmente estrecho y pequeño, cada día cobre más importancia  en los aspectos de la decoración y la funcionalidad. Ya es bastante habitual encontrar en los cuartos de baño un revistero o alguna balda en la pared con ese libro que has decidido tener a mano, para disfrutarlo en esos momentos de intimidad personal, generalmente respetada por chicos y grandes.

Pues me parece que hay libros que, por la estructuración de su contenido, bien podrían catalogarse dentro de un género especial al que podríamos llamar:  para leer en el baño, sin que resulte peyorativo en absoluto. Es más, hay un libro que se titula así.

Aunque yo no necesite tenerlos en el baño, pues los prefiero en la mesita de noche para darles un vistazo cinco minutos antes de dormirme,  dentro de este peculiar género, entre algunos otros yo incluiría a dos pequeños libritos, dos joyas literarias que durante muchos años han estado dentro del grupo de mis libros de cabecera. Uno es “El loco” y otro es “El profeta”. Ambos son del escritor libanes (1883) Gibran Khalil Gibran (Yibrán Jalil Yibrán o Yubrán Jalil Yubrán).  Son relatos breves, con extensión de una página, con reflexiones sobre casi cada aspecto de la vida diaria, narradas con la síntesis propia de las fábulas de Samaniego, que nos mueven a reflexión.

Pero hoy quiero referirme al libro titulado: La mitad de los cristales, Colección el Marsupial, escrito por  Adolfo Marchena y Luis Amézaga. Contiene relatos con extensión de una página; cada uno de los escritores va alternando los relatos en los que plasma sus pensamientos más íntimos, hijos de la experiencia; de dolorosas experiencias, en ocasiones.

Acostumbrado como estoy a observar a las personas, en ocasiones en que he visto en una cafetería o cervecería  alguien sentado ante alguna mesa o en un extremo de la barra, concentrado frente a una libreta y un bolígrafo sin estar llenando un crucigrama o un sudoku, me he preguntado sobre qué escribiría.  La escritora Joanne Rowling desarrolló a Harrry Potter, su serie de libros superventas, en la calidez de una cafetería de su ciudad. Hoy en día ella podría comprarla junto con todas las demás cafeterías de esa población, sin darse cuenta de que ha disminuido el saldo de su cuenta bancaria.

Los bares, cervecerías y cafeterías siempre han sido refugio obligado de escritores a través de los tiempos, bien fuere por compartir con otros o por buscar la soledad en medio de la tertulia extraña y ajena,  encontrar temas de inspiración o buscar durante el invierno el calor de la calefacción que no tienen para pagar en sus viviendas.

¿Y qué podrían escribir dos amigos,  ambos papel y lápiz en mano, ensimismados ante la misma mesa en la cervecería Dortmund, en Vitoria? Al avanzar unas pocas páginas en La mitad de los cristales podemos ya ir encontrando la respuesta: escriben de sus vivencias cotidianas, las mismas que compartimos tú y yo y casi cualquier hijo de vecino. Es algo que puede no resultar sencillo, aunque Marchena y Amézaga lo hagan parecer así. Algún lector estoy seguro que se asombrará al ver que es posible encontrar en esa trillada cotidianidad algún tema para escribir una página de un libro.

A primera vista, todos los relatos de ambos escritores parecen estar llenos de un gran pesimismo. Al profundizar y reflexionar notamos que lo que están es saturados de amargura, que no es lo mismo. Es la amargura de dos personas que comparten pérdidas que, aunque no son iguales, son muy similares.

Por un lado va la amargura del hombre que llegado a cierta edad debe sobreponerse a la pérdida de su pareja de toda la vida, e intentar llenar ese enorme y profundo pozo a cuyo fondo quiere llevarnos el remolino de los recuerdos y de unos cuantos remordimientos no superados. Es la desoladora amargura de la soledad no deseada, que viene a ser la madre de todas las amarguras. Por otro lado rampla la amargura de vivir lo que no se comparte, cuando la rutina de una vida monótona y simple ha llegado a sustituir al cariño y las muestras de afecto.

Cada uno de los relatos es una vivencia cotidiana, tan mundana y trivial como pueda parecer mientras no nos detenemos a desmenuzarla y analizarla. Cada relato refleja ese sentimiento de haber perdido aquello que, mientras lo teníamos, veíamos como desprovisto de encanto e interés; pero que, después de la pérdida del ser querido, notamos que lo era todo, que eran las vivencias que nos sostenían y amalgaban en uno solo. Sin embargo, aún dentro de la amargura, paradójicamente podemos encontrar el humor.

Leídos unos cuantos relatos del libro La mitad de los cristales llegamos a pensar que podemos comenzar a distinguir cual está escrito por Adolfo y cual por Luís. Creemos que cada uno se ha reservado una página: uno la izquierda y el otro la derecha. Sin embargo, mientras avanzamos notamos que los sentimientos parecen aunarse, igualarse, fundirse cual si se tratará de un solo autor.

Pienso que no podría ser de otra forma. Primero porque dos amigos que acostumbran compartir mesa en un café, que comparten conversaciones y similares ideas e ideales y que, además, comparten también similitud de vivencias que les son comunes, como a todos nosotros, deben tender a ir igualando bastante sus expresiones. Como el perro que termina pareciéndose a su amo; como el hijo que copia hasta el modo de andar del padre. Llega un momento en la lectura del libro en que yo ya no pude decir quien era quien. Quizás sus amigos más allegados, quienes los conozcan bien de trato, puedan separar sus pensamientos y decir qué relato es de quien. Yo conozco a Luis Amézaga tan solo por su blog e intercambio de comentarios y algunos emails.

Algunos de esos breves relatos han logrado conmoverme, porque de alguna manera me he visto reflejado en ellos, los he sentido como míos propios; yo podría escribirlos de igual forma porque son sucesos diarios que también he vivido. Pero no por tratarse de sucesos diarios y casi triviales nos dejan indiferentes. Como digo, Marchena y Amézaga nos hacen enfocar nuestra atención en aquellas cosas que usualmente pasamos por alto en nuestra distraída vida. Es como si al inicio de cada página nos dijeran: «Presta atención, no sea que luego, cuando estés solo, tengas que comenzar a lamentar lo que no compartiste estando acompañado.»  Porque puedes sustituir a la persona, pero nunca podrá sustituir los sentimientos, rehacer lo que no hiciste en su momento ni vivir lo que no viviste. Además, puede ser muy tarde para decir: lo siento.

Es una obra que recomiendo. Pero no para leerse de un tirón, sino para leer un par de páginas a la vez, porque necesitarás tiempo para reflexionar sobre ellas. Si  no lo quieres colocar en el cuarto de baño hazlo al lado de la cama, en la mesita, y cinco minutos antes de apagar la luz léete un par de páginas enfrentadas. Solo dos.

Adolfo Marchena y Luis Amézaga han puesto en la letra de su obra solo la mitad de los cristales de energía. Ahora te toca a ti, amigo lector, con tu análisis y reflexión, completar la mitad faltante de los cristales, para que cada uno pueda activarse y darte lo que te corresponde tener, entender lo que tienes que entender (si ha llegado la hora) y aprovechar las enseñanzas. Recuerda que, como ya se ha dicho desde la antigüedad:  «cuando el discípulo está dispuesto aparecerá el maestro que verterá en sus oídos las palabras de sabiduría.»

Aclaración final. Cuando hace ya más de una año me enteré a través de Luis que habían sacado este libro, bajo la modalidad de publicación bajo demanda a través de Bubok, yo me interesé de inmediato. Porque, precisamente, por ese entonces andaba yo analizando esa posibilidad, comparando entre las empresas Bubok y Lulú. Así que solicité el libro para ver la calidad de su impresión y el encuadernado, que es muy aceptable, como bien me dijo Luis. Después fue que me encontré con su contenido y decidí hacer una reseña. Varias veces en estos meses me senté ante el teclado, pero las ideas no fluían. Tuve que terminar de leer el libro que, como fue de poco a poco y, en ocasiones, retrocediendo para releer, me ha llevado mucho tiempo. Pero cada cosa tiene su momento y este ha sido el de lograr hacer esta reseña. Espero que les resulte fructífera.

Lamentablemente, en la dirección de Internet del blog de Luis Amézaga ya no está saliendo, aunque sí lo está el sitio de Adolfo Marchena.

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