La villa de Mieres y su Paseo del Colesterol

grupo de ciclistasLa insigne Villa de Mieres, de rancio abolengo, en Asturias, tiene a lo largo del río Caudal un hermoso paseo que, desde la población de Santa Cruz, en el sur, hasta la planta térmica cuenta, en el norte, con unos diez kilómetros bien asfaltaditos. En otras palabras, que en una vuelta redonda te haces unos simpáticos veinte kilómetros. Es utilizado tanto para caminar como para trotar, pasear en bicicleta o patines.

Estas imágenes corresponden al día sábado 15, entre las diez y once de la mañana de un día que amaneció con niebla, gris plomizo y algo fresco. Pero esa circunstancia produce una suave luz difusa muy buen para la fotografía, porque evita los contraste agresivos y las fuertes sombras; perfecto para retratos, si yo hubiera tenido alguien a quien retratar. Eso sí, olvídate de cielos azules; mejor ni los saques.

Estos muchachotes ciclistas se reúnen junto a la estación para luego agarrar ruta. Ya los he visto varias veces. Todos visten como si fueran miembros de un equipo en pleno Tour de España. En el paseo me encontré con una familia en la que el padre y el niño iban en bicicleta, la madre y la niña en patines. ¿Será que por estos lados del país el deporte de hombres es el ciclismo?

pescador pescando a moscaEsa zona es coto de pesca sin captura, o sin muerte. Nada, que pescas la truchita y la tiras de nuevo al agua. Si ella tiene suerte y no mordió mucho le irá bien, en caso contrario, si tragó hondo… ya te diré yo. Había tres pescadores deportistas en la modalidad de pesca con mosca. Cuando volví a pasar, hacia la una, ellos seguían todavía allí, tirando lance tras lance para mojar la mosca. Lo importante es el estilo.

paseo junto al ríoEl paseo de Mieres, llamado popularmente “Del Colesterol” es bastante llano, con dos o tres algunos desniveles un tanto largos, que te ponen a prueba cuando vas en patines. Por lo general está bordeado por una valla metálica por el lado del río, aunque muchos tramos no la tienen. Por eso hay que ir ojo avizor, porque en un descuido puedes bajar los seis u ocho metros hasta el río. Sobre todo cuando, en los días de sol, te encuentras pliegues en el asfalto que coinciden con las zonas de sombra. No los ves hasta que estás encima de ellos.

Estos resaltos suelen ser producidos por las raíces de los árboles, principalmente las de los alisos, que atraviesan el camino siempre sedientas, buscando las aguas del río. Si vas tan solo pendiente del paisaje y no con un ojo en el camino, ya te digo el brinco que vas a pegar, y posiblemente la narizada en tierra. Si llevas mucha velocidad tan solo te queda agacharte, poner una buena posición de tijera, apretar los puños, y todo lo demás, y esperar a que todo salga bien. ¿Por qué será que, en esos sorpresivos casos, siempre, siempre pasarás por donde está peor? Eso no está en las leyes de Murphy.

cacacan
Esta vez seguí el tramo desde la estación de RENFE de Mieres hasta la vieja planta térmica, creo que está en Ablaña; unos tres kilómetros según me dicen. Es el tramo más plano de todos y no solo está jalonado con bancos, sino que tiene algunos Tolitetcan (caca-can en Madrid), o dispensadores de bolsitas para excrementos de perro, aunque ninguno la tenía en ese momento. El paseo tiene un buen firme bastante seguro. Aunque…, sin embargo…, no obstante… Sí, tiene un pero; mejor dicho dos: dos rieles. Unos condenados rieles de una vieja vía de ferrocarril abandonada, que no sé que tanto les cuesta quitarlos. Resulta…

rieles atravesados
Resulta que están justo después de una curva; en una bajadita, para más vaina. Y yo iba pendiente del río y de los pájaros, tratando de encontrar una buena fotografía. Cuando vi los rieles ya era tarde. Solo atine a comprender, en medio segundo, que ya no podía evitarlos, que no podía evadirlos por los lados y que me era imposible saltar los dos a la vez. Así que decidí librar uno por uno con un par de pasos consecutivos, a duras penas el segundo. Solo que… al otro lado… pues no era llano, sino una hermosa barriga de la subida. Estas son las cosas que le dan sabor a una buena patinada de senderismo.

El autor patinando

Yo, por lo general, en estas salidas de placer, sobre todo cuando también ando de sesión fotográfica, patino bastante despacio, a lo que yo llamo velocidad de caminante. Es la única forma de hacerlo cuando vas pendiente del paisaje.

De regreso, una parada técnica en la estación de RENFE para intercambiar fluidos, tomar un café de media mañana y un pinchito de tortilla con chorizo. Por lo que noté, allí no suele entrar nadie son patines. Hasta ese día.

De ahí hacia la ciudad, a meterme en Mieres y sus malas aceras (para patinar, porque por lo demás están muy buenas). En algunos sitios preferí tirarme a la calzada. Se mezclan diversas baldosas en el mismo tramo de acera, con distintas texturas. Las peores son las de cuadritos. Y si yo me quejo por los patines (producen una vibración de lo más desagradable), no le preguntes a una mujer con zapatos de tacón de aguja. Y cuando menos te lo esperas te encuentras con adoquines, que hay que pasar caminando.

¡Y los condenados pasos de peatones con esas baldosas pododáctiles! Como en todas las ciudades. Ya no es una franjita, son enormes tramos. Nada, a cruzar por fuera de ellas. En Mieres la calle La Vega (creo que es esa, en todo caso es mejor conocida como la calle del vicio) es peatonal, llena de las terrazas de los bares, y tiene un buen piso; es la única que merece la pena, además del tramo del Campus de la Universidad.

El autor esperando el trenDespués de más de tres horas de patinaje, dispuesto a regresar a casa, llegué a la estación de Ujo Taruelo, a la carrera, para agarrar el tren de FEVE hacia Collanzo. Nada, lo perdí por un par de minutos. A esperar una hora por el siguiente. Así que ahí estoy yo sentado con cara de resignación. Me dio tiempo para pensar en un interesante tema para una novela corta. La añado a la cola de espera.

Cuando llegué a casa de mis padres, en Agüeria, a las tantas de la tarde, yo llevaba un hambre que no veía. Ya todos habían comido. Yo me despaché un plato de patatas fritas, recién sacaditas de la huerta, que no se lo saltaba un gitano, y dos docenas de unas suculentas sardinas, fritas con un guindilla picante, que estaban de muerte lenta. Todavía tengo el picorcito en la garganta. Estaban como para chuparse las falange, las falanginas y las falangetas. No quedó ni una espina. No quise ni postre. Claro, todo ello regado con tres buenos vasos de tinto de verano, para refrescar y aliviar el picorcito. Hay que celebrar, porque son las fiestas del pueblo.

Lo de las sardinas es porque yo llegué de Madrid con unas ganas tremendas de sardinas fritas. Y, por supuesto, mi madre, siempre deseosa de que yo engorde unos diez kilos (será para luego decirme que estoy gordo, como a todos los demás), junto con mi hermana mayor me consienten y… pues ahí tienes sardinitas para el nene, casadielles, antojitos asturianos y todo lo demás. Por lo menos una vez por semana me doy atracón de sardinas. Es que yo tenía un bajón tremendo de ellas.

Como algunos de mis excompañeros y excondiscípulos, de Venezula, me han mandado algunos correos y mensajes de facebook diciéndome que mucho cacareo de patinar y nada de demostraciones, más que alguna foto, siempre sentadito o en dudoso movimiento, ahí dejo un pequeño vídeo con una muestra de lo que yo llamó patinar a tranquila velocidad de caminante, paseandito sin prisas. No tengo ganas de ponerle música, comí mucho, así que sonido del río al fondo, al natural.

[youtube]qZk_L74GphE[/youtube]

Al siguiente día hice también la ruta del río San Juan, en Mieres, en plan patinaje-fotográfico, pero eso lo dejo para la próxima.

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