Si hay un ave que nos produce grandes evocaciones, es precisamente la cigüeña. La asociamos con los nacimientos. A los bebés los traen las cigüeñas, en una bolsa colgada del pico, se nos cuenta de niños. Y vienen todos de París. A mi no me hubiera importado haber nacido hablando ya francés, no hubiera tenido que pelear luego para aprenderlo.
Muchas ciudades y sitios de España tienen cigüeñas; aunque no se si habrá una con tantas como la ciudad de Ávila. Yo estuve con mi esposa en febrero, esperando encontrarme con un crudo invierno y mucha nieve. Quedé con un palmo de narices. Este año no hubo invierno en España. Apenas en las serranías se podía ver algo de nieve, ya ralita. Pero lo que si había de sobra eran cigüeñas.
En esta oportunidad puse a prueba de fuego antiaéreo mi cámara, una Panasonic Lumix DMC FZ50, de 10 Mpx, con su lente súper zoom de 12X ópticos (equivalente 35-420 mm) en modalidad normal, y hasta 24X en capacidad óptica extendida, que funciona muy bien. Doy gracias a su ligereza y a su excelente sistema estabilizador de imagen Mega OIS, pues pude tomar muchas fotos de las cigüeñas pasando en vuelo sobre nosotros, que de otra forma hubiera sido casi imposible.
Lo único malo fue que, no pudiendo utilizar el pre-enfoque, desperdiciaba segundos preciosos para fotografiar aves en vuelo, por lo que perdí muchas tomas. Me sentí como en los juegos de video-simuladores en aviones de combate. Apuntar, ajustar el zoom a la distancia deseada, centrar el blanco, esperar el sonido de aviso y el cambio de rojo a verde en el recuadro de enfoque, y apretar el disparador.
Luego, entre pasada y pasada de las aves, revisar las tomas, para ver si logré que alguna de las cigüeñas no se hubiera saliera del recuadro y quedara cortada. Una de las que perdí así fue esta. Pico y parte de un ala fuera del cuadro. Es como el tiro al blanco con platos voladores. Hay que disparar un poco adelante del plato. Pero con una escopeta no hay que hacer tantos ajustes. Una lástima con esta foto. Necesito más práctica en este peculiar campo.
Además, los cambios de luz fueron constantes a lo largo de todo el día. Hacia un lado encontraba cielos con negras nubes; hacia otros eran blancas; y en otros lugares había claros por donde entraba el sol y dejaba ver un hermoso color azul del cielo.
Todas las cigüeñas andaban en parejas; arreglaban sus nidos, turnándose para transportar los palitos desde los campos cercanos, preparándose para la puesta y el empolle.
Y en Ávila, sobre todo dentro de la ciudad amurallada, lo que sobran son altos tejados, campanarios, torreones y toda suerte de sitios elevados en donde anidar.
Por eso es que los grandes inquilinos plumíferos son abundantes.
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Miren esta toma. Parece un condominio en propiedad horizontal.
Aún así, como suele suceder, al parecer, los mejores sitios ya están tomados y custodiados. Por eso, algunas deciden adaptarse a las nuevas tecnologías, colocando sus nidos en sitios poco ortodoxos.
Esta pareja de cigüeñas lo ha hecho en el contrapeso de una elevada grúa torre. Podría ser un error fatal. Los polluelos se perderían si los trabajos terminan y se llevan la grúa antes de que estén aptos para abandonar el nido.
Pero Ávila es mucho más que cigüeñas. Portones, fachadas, árboles, callejas, y mucha historia. Las cámaras no descansan. Hay mucho que ver, y el ojo se llena de estímulos que ponen a trabajar la imaginación. Buenos ángulos para grandes fotos hay todos los que quieras. Solamente tienes que encontrarlos.
Ni mi esposa ni yo conocíamos la ciudad, y nos agradó mucho. Sobre todos sus anchas aceras, y la zona de soportales en la plaza de la catedral. Desde mi época de estudiante en Palencia, siempre me agradaron ese amplio tipo de aceras cubiertas. Son buenas para caminar despreocupado, escapando del tórrido sol del verano, o de las lluvias e inclemencias del invierno.
Si no vas con mucho tiempo, y quieres darte una vuelta ligera, sin desgastar la suela de los zapatos, puedes utilizar el servicio del trencito turístico. Una monada.
Y dicen que visitar la ciudad y no comerse un suculento chuletón de Ávila, o unas Judías Del Barco es no estar en Ávila. Y lo que sobran son restaurantes en donde probar esos famosos platos. Algunos son de rancio abolengo y elegancia, aunque no precisamente económicos, sobre todo los que se encuentran junto a las murallas.
Ya casi a las 4 de la tarde, aún dentro del casco viejo, encontramos un sitio bastante agradable. Se trata de La Posada de La Fruta, en la Plazuela de Pedro Dávila. Aunque temprano habíamos visto un par de restaurantes, en ese momento quedaban algo lejos, así que fuimos afortunados en encontrar este, porque ya no dábamos un paso más de tanta hambre y, además, para esa hora ya no había tantos comensales.
El sitio tiene un gran patio central cubierto con láminas traslúcidas, lo que lo hace luminoso y agradable. En el piso superior están las habitaciones. La atención fue buena.
Nos pusieron una botella de vino tinto Monteperlado, de las Bodegas B. Blázquez & Hijos, de Ávila. Mi esposa y yo nos miramos, pues nunca habíamos tomado una botella entre los dos. Pero, acostumbrados a vinos de más cuerpo y fuerza, el vinillo aquel resultó tan suave y agradable que nos bajamos la botella entera. Menos mal que no fue un litro completo, porque los dos hubiéramos salido de allí agarrados, dando tumbos y cantando «Ávila, Cerro el Ávila…» que el Maestro Ilan Chester le dedicó al monte conocido como «Cerro» de el Ávila, en la cordillera que bordea el valle de la ciudad de Caracas y lo separa de la costa del Litoral Central de Venezuela.
Ya de nuevo fuera de las murallas, no pude resistirme a la tentación de cazar al cazador. Había un tour de orientales disparando sus cámaras a diestra y siniestra, en un variado muestrario de lo último en cámaras fotográficas, desde las más pequeñas a las más voluminosas y sofisticadas.
Fue un delicioso día. Ya al atardecer, tomamos el tren hacia Madrid y dejamos Ávila atrás, con sus parejas de cigüeñas y sus nidos.
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Lo único realmente laborioso ha sido tener que seleccionar unas pocas fotos entre tantas tomadas.
Por supuesto, no podía faltar. Es muy difícil resistirse a la tentación de no tomarse un retrato ante un muro como ese, que produce un colorido y una textura de fondo tan fantástica. Ávila, ya volveremos, porque no eres ciudad para un sólo día.
Una belleza las fotos, de verdad. Las de las cigûeñas estan espectaculares.
Yo tengo una panasonic lumix dmc-tz1 con 10x de zoom digital y es muy buena. Lo malo? alguien la golpeó y se dañó la pantalla y la reparacion me sale tanto como lo que me costó ,asi que no se que hacer.
Un abrazo. Si tienes cuenta en flickr puedes ver mis fotos, sino pasate por mi blog para que veas el atardecer de ayer 😉
Majestuosa entrada con alas de libertad… me hiciste acordar del Liibro Juan Salvador Gaviota.
Qué imagenes tan atractivas y hermosas, me embelesan.
Tendré que volverte a hacer el link en mi blog con el nuevo dominio para poder seguir viniendo más seguido a leerte, te he extrañado mucho tus letras.
Un abrazo de añoranza por nuestra amistad virtual!
Bueno, creo que te deberían nombrar Hijo Adoptivo de Ávila!!!
Bonitas fotos y un buen paseo… gracias
Excelente reportaje. La consejería de turismo de Castilla debería tenérselo en cuenta con un detalle. Ávila la he visitado en varias ocasiones, aunque la última vez ya hace un tiempo. Una ciudad recogida, y acogedora en su frialdad. Las cigüeñas antes iban y venían. Ahora no lo tienen muy claro y se han vuelto sedentarias y propietarias del campanario de turno. Su pose ante esa copa de vino tinto lo dice todo: Tranquilidad y satisfacción. Me alegro por usted. Un saludo.
Igual me pasó con una Olimpus, que me costaba tanto reparar el lente como comprarla nueva, Curiosa.
Y ya que lo mencionas, Lully, esa gaviota está siempre muy presente en mi mente; es un libro extraordinario.
¿Hijo adoptivo de Ávila? Bueno, que me den las llaves de la ciudad… y un pisito de protección oficial, y mudo a mi familia de Madrid para allá con todo gusto.
«Una ciudad recogida, y acogedora en su frialdad» es una excelente descripción. Fuimos de sábado, y me resultó muy pacífica. Realmente estuve como ves en la foto, de lo más tranquilo, reposado y satisfecho… y eso que aún no había comido. Fue un día muy agradable cazando cigüeñas. Quedo pendiente para regresar en día laboral, para captar mejor el espíritu diario de la ciudad; y esa vez con mi hijo mayor.
Curioso. Muy curioso. Dos o tres semanas antes realicé idéntico recorrido con mi esposa y compruebo que hicimos casi las mismas fotos y que paseamos por idénticos lugares.
Saludos.
Será curioso, pero no tiene nada de raro. En toda ciudad hay los puntos de fotografía obligada, así como Madrid tiene el oso y el madroño en la puerta del Sol, o la Cibeles. En el caso de Avila es tanto o más fuerte que el de Toledo. Cuando se visita la ciudad amurallada, hay sitios en donde no es posible resistirse a tomar las fotos.