Lección de economía doméstica

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Hace años recibí una lección práctica de economía doméstica por parte de un maestro. No era profesor en ninguna universidad, ni tenía títulos ni grados. Era un vendedor de origen turco. O sirio, que ahora no estoy muy claro, con la mala costumbre que tenemos por aquí de decirles turcos o árabes a todos los de esos lados. El hombre había llegado al país hacía muchos años, y comenzó trabajando para un familiar, vendiendo ropa de puerta en puerta. Porque si algo tiene esa gente es la solidaridad entre ellos. Poco a poco el hombre se independizó, y finalmente llegó a montar su propia tienda. Eso sí, nunca dejó su lucrativo negocio de vender de puerta en puerta a sus antiguos clientes.

― Me pidió préstamo para completar la cuota de entrada para comprar una vivienda. Si hubiera sido para comprar mercancías para vender yo se lo hubiera dado, porque se que él estaría en condiciones de devolverme el préstamo más los intereses. Yo no soy un banco para dar préstamos hipotecarios a largo plazo. Necesito hacer que mi dinero circule para que me reditúe beneficios. Lo que yo le hubiera prestado para la compra de su vivienda él no está en posición de devolvérmelo. Es como el que todas las quincenas cobra el sueldo, pero al día siguiente está pidiendo a sus compañeros.

― Sí, conozco bastantes de esos. Demasiados, más bien.

― El que pide dinero porque no le alcanza para completar los gastos ordinarios del hogar, se encuentra con que, a la quincena siguiente, lo que gana sigue sin alcanzarle, y además tiene que devolver lo que le prestaron, por lo que su déficit es mayor que antes. Entra así en un círculo del que es muy difícil salir, porque jamás logrará equilibrar su situación. Si recibe una paga extra, digamos que por vacaciones, considerará justo salir con la familia, porque se merece un descanso. Si cobra las utilidades o la bonificación de fin de año, justificará la prioridad de las compras de regalos para los compromisos navideños y suntuosas comidas. Siempre habrá cosas que considerará más necesarias que pagar la deuda que tienen conmigo, o con quien sea. Y si recibe un aumento de salario, de inmediato incrementará sus gastos.

» El pedir prestado para los gastos ordinarios nunca es la solución, sino replantearse prioridades y modificar costumbres, a fin de disminuirlos. Porque ten por seguro que no querrá dejar de tomarse las cervezas con los amigos todos los fines de semana, o la botella de ron, o la de whisky. Y su mujer no querrá sacrificar su cita periódica con la peluquera y la manicurista, comprarse las cremas embellecedoras y sus perfumes. Y no dejarán de gastar una significativa cantidad de dinero diario y semanal en juegos de terminales, animalitos, lotos y cualquier otra lotería, así como meter las monedas que les “sobran” en las maquinitas tragaperras, para probar suerte; ni dejarán de comer afuera los fines de semana.

― Te entiendo muy bien. Pero sácame de una duda. Comprendo que estas cosas suelen ser casi secretas entre tu gente, pero llevamos años conociéndonos. Yo no entiendo como, cuando empezaste a trabajar para ti mismo, pudiste arriesgar el poco dinero que tenias, llegando a la puerta de cualquiera y ofreciéndole ropa para que te la pagara por partes. Tú nunca pides referencias ni garantía alguna, y sin embargo dejas la mercancía. Confías en que, todas las semanas, cada vez que llegues a cobrar te pagarán la cantidad acordada hasta saldar la deuda. Solamente puedo entender que hagas eso si con el primer cobro quedan cubiertos tus costos. Porque es seguro que muchas personas habrán fallado en sus pagos.

El turco sonrió. Me miró un momento, como sopesando los pros y los contras de hablar, y luego dijo:

― Tienes razón. Hay quienes nunca me pagan completo. Pero bien has comprendido. Yo me muevo por las fábricas y por los remates de temporadas para comprar la ropa y los cortes a precios más baratos. Cuando las vendo en plazos semanales, en el pago inicial que pido cuando hago la entrega ya va el costo de la prenda, más una cantidad por mi trabajo. Todos los demás pagos son la ganancia. De esa forma, aunque dejen de pagarme alguna de las cuotas siguientes, e incluso si no me pagaran ninguna, yo no habré perdido dinero ni tampoco el trabajo.

― Entonces es bastante lo que le ganas.

― Le gano bien, no puedo quejarme. Pero el cliente también sale beneficiado. Al final le resulta más económico conmigo que si hubiera comprado la misma mercancía al contado en las tiendas. Y le va muchísimo mejor que si se hubiera financiado con la tarjeta de crédito. El secreto para mí está en saber comprar más económico y, sobre todo, tener pocos costos y gastos.

Nunca se me ha olvidado aquella lección.

Tiempo más tarde, un amigo, fabricante e importador, me dijo que, aquí en Venezuela, en la venta de géneros, (ropa confeccionada, telas y particularmente los encajes y mercerías) se le podía llegar a ganar hasta el mil por ciento.

― Cuando yo, como mayorista, les vendo a las tiendas cintas de adornos o de encajes, a un bolívar el metro, en ellas las venderán al detal entre 8 y 10 bolívares. Nunca hay pérdida en esto.

Después de saber aquello he pensado que me equivoqué de oficio.


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