Otro viaje a la Isla de Margarita

Guacamayas azules Necesitaba un par de días de tranquilidad, por lo que me fui yo solo de visita a “la Isla” como usualmente se le dice en Venezuela. Tenía algo más de cuatro años sin ir, y no fue que la última vez me hubieran quedado muchas ganas de volver, pero decidí verificar los cambios que algunos me aseguraban que se habían producido. Pues sí, algunos cambios son ciertos.

Ferry zarpando La isla de Margarita, la llamada Perla del Caribe, junto con sus dos satélites menores, las islas de Coche y Cubagua, antaño fueron centros perleros y refugio de piratas, y componen el Estado Nueva Esparta de Venezuela, en su zona Oriental del Mar Caribe. Se puede ver desde la Península de Paria, y hasta la vecina Trinidad es un momentico de viaje. Desde la ciudad de Puerto La Cruz, es una travesía de unas 50 millas náuticas ―unos 92 km. ―

Ferry cargando Yo decidí irme con mi auto, viajando en el ferry rápido, el Express, ―buque de doble casco, tipo catamarán― porque solamente pone dos horas y media de ida y dos de vuelta. Los otros ferrys convencionales – monocascos- suelen tardar unas cinco horas. Poco antes de las siete de la mañana, desde la ventanilla del auto chequeaba yo el boleto en la taquilla de control, a la entrada del patio de embarque de la empresa Conferry, en Puerto La Cruz. Allí las cosas están claras y bien señalizadas. El chequeador te dice en donde debes estacionar el auto. «Para el Express, la clase turista en el canal 3 derecha, Primera Clase a la izquierda, su clase VIP canal 4 lado derecho»

Camioneros acostados en amacas En el carril 5 había la usual cola de camiones esperando por el ferry especial para ellos. Aprovechando el excelente clima venezolano, los camioneros descansaban en sus hamacas y chinchorros, que suelen colgar en la parte baja del propio camión, cuando la estructura lo permite, o de algún árbol cuando se presenta la oportunidad. Ellos saben tomarse las cosas con calma.

Ferry cargando El ferry convencional, el Cacica Isabel, estaba terminando de cargar y zarpó a las siete. Ya la temporada de fin de año ha quedado atrás y los que viajan hacia la isla en estos días son pocos. Antes de las siete y media estábamos comenzando el embarque. Dejé el auto en la cubierta de carga y subí hacia el área de pasajeros. La clase VIP del Express, a parte de la prerrogativa de pasar primero, tiene un área exclusiva en una cubierta superior, a la misma altura del puente de mando del buque y, por ser menor la cantidad de personas, se puede estar bastante seguro de encontrar los baños más limpios durante todo el viaje.

Antes de la llegada de los nuevos ferrys rápidos hace unos pocos añitos, uno de los motivos principales de mi reticencia a viajar a Margarita, se ha debido a lo que considero el mal criterio de la empresa Conferry en el servicio de sus buques convencionales. No es que un viaje de cinco horas me haga feliz, pero lo que no soporto es el “despelote” que se forma, particularmente cuando hay gran afluencia de pasajeros. Para cuando dejas el auto en la cubierta de carga y subes al área de pasajeros, ya los que han entrado caminando han llenado los asientos con sus bultos y equipaje para guardarlos al resto de los familiares, y todo está copado. Estos buques tienen clase turista y primera clase, aunque esto de Primera Clase no es más que un sarcástico eufemismo, porque tener el boleto no te asegura el derecho a un asiento. Estas pagando solamente por utilizar el buque, la forma en que viajes es problema tuyo.

Para ilustrar mejor esto, cuento que, hace unos cuantos años, un colega y yo salimos en el ferry convencional de media noche. No nos dimos cuenta de que era un viernes y quincena. Tuvimos la deplorable experiencia de viajar con mil pasajeros de más, -según nos confió uno de los oficiales, conocido nuestro- debido a sobreventa. Créanme que me quedo corto si digo que aquello parecía un barco de refugiados. Tanto las cubiertas exteriores como los pasillos estaban llenos de personas acostadas por donde podían encontrar el mínimo rincón. Desafortunadamente, en aquel momento, ni mi colega ni yo teníamos una cámara fotográfica para haber captado gráficamente aquel absurdo. Nos preguntábamos qué ocurriría si comenzaba a llover, porque era evidente que en el interior no cabían todos. A nosotros dos nos permitió el Capitán viajar en el Puente de Mando. Le preguntamos que haría si se hacía necesaria la evacuación del barco por alguna circunstancia. Porque, como marinos que éramos, y pilotos prácticos de la Capitanía de Puerto, nosotros sabíamos que el ferry no contaba con botes salvavidas para tal exceso de personas, ni mucho menos con chalecos salvavidas. No hubo respuesta de su parte. Bien sabíamos nosotros que, en su posición, oponerse a la salida del ferry hubiera significado el despido inmediato. Por otra parte, bien sabía él que permitir aquello significaba su muerte profesional si se producía un accidente. Ninguno de nosotros quería estar en su lugar.

Por supuesto que, al regreso, hicimos la correspondiente notificación al Capitán de Puerto. Sabíamos de la inutilidad de eso, pero lo considerábamos una obligación, más moral que por deber de funcionarios públicos. Pero en Venezuela, cuando se trata de la empresa Conferry ―que tiene el monopolio― no hay quien le ponga el cascabel al gato.

En este nuevo viaje en solitario, la llegada a Margarita fue a las 10:30. Se requieren unos treinta minutos de carretera para llegar a la ciudad de Porlamar, por lo que ya la mañana se fue. Confiando en que la isla estaba ya casi vacía yo no había hecho reservación hotelera. Tenía buenos motivos para ellos, y pude comprobar que fue lo mejor. Intenté alojarme en el Hotel Margarita Suits, casi en el cruce de las famosas avenidas Cuatro de Mayo y Santiago Mariño, pero pedí ver primero la habitación, como usualmente hago. Tengo un excelente olfato. Algunos me han dicho que hubiera hecho carrera como catador de vinos o fabricante de perfumes. Cuando quise dar un paso dentro de la habitación, el tremendo olor a humedad me rechazó como si hubiera chocado contra una pared. Aquello parecía apto para criar champiñones. Di la vuelta de inmediato. Si de las cinco estrellas que el hotel ostenta en la fachada, se le hubieran caído dos por lo menos, no me hubiera extrañado. Aquí no vienen inspectores de la Guía Michelin, y dudo que algún organismo gubernamental vigile el estatus dado a cada hotel. Pero me parece que no se puede vivir de las glorias de antaño.

vista de los campos de golf Mi intento en otros dos hoteles de rancia relevancia dio similar resultado, por lo que decidí probar en otros de más nueva construcción. Lamentablemente, el encantador hotel Kamarata OSTTC no tenía disponibilidad. Conseguí en el hotel MarBellaMar, en la Av. Aldonza Manríquez, urbanización Playas del Angel, prácticamente en el límite de la ciudad de Porlamar y la de Pampatar. Por mejor precio que en el Margarita Suits obtuve una habitación más amplia y mejor, sin olores, con vista a los campos de golf y una colección de descaradas y alborotadoras guacamayas azules. No eché en falta nada. Además disfruté de su cercanía para ir caminando a los sitios de mi interés, como el Rattan Plaza y el Centro Comercial Sambil, entre otros.

Playa de la Caracola, en Margarita En mi opinión muy personal, la isla de Margarita no es ni sombra de lo que fue cuando comenzó su auge comercial y turístico, aunque se ha ido modernizando. Cuenta con una mejor infraestructura vial, modernos hoteles, y extraordinarios resorts y apartamentos vacacionales. Hasta la asociación ONCE española tiene un hotel aquí. De cara al turista, su capital, la ciudad de Porlamar, ha mejorado la seguridad ciudadana que se había puesto crítica. Porque la última vez que estuve, daba cierto temor caminar por las principales avenidas del centro y los bulevares más turísticos, por la cantidad de ladronzuelos y gente de actitud alarmante. Ciertamente que también está más limpia en la mayor parte, por lo menos hasta que los comercios cierran y dejan las aceras atestadas de cajas de cartón. Las playas siguen atrayendo gente, y para quien conoce un poco o sabe preguntar, podrá encontrar por toda la isla lugares encantadores. Pero los sabores de mi estadía los escribiré en un par de artículos posteriores.

El retorno lo había planeado para el sábado a las ocho de la noche, pues no quise sufrir los rigores de las colas del medio día bajo un sol tropical. Fue una buena elección, porque el acondicionador de aire del auto había comenzado a fallar esa mañana y tuve que apagarlo. Pero si en el terminal de Puerto La Cruz todo está bien señalizado, en el de Punta de Piedras es otro cantar. O eres un baqueano -experto en la zona- o estás perdido. Llegué a las 18:30 horas. Como siempre me ha sucedido, casi me paso, y tuve que seguir a otros autos para saber por donde era el asunto.

En la taquilla de control presenté mi boleto. Le colocaron el sello y listo. Pregunté por que carril tenía que entrar y el hombre sonrió. Me dijo que más adelante me indicarían. Disfrutando Margarita del régimen arancelario de Puerto Libre, el más adelante era el puesto de control de Aduana. Abrí el maletero y le colocaron etiquetas a las cuatro bolsas que llevaba, sin pararse a revisar el contenido. Yo no había ido de compras, sino de descanso. Pregunté por donde ir y me señalaron que girara a la izquierda. Poco más allá, detuve el auto, desconcertado. En aquel enorme patio había cualquier cantidad de carriles sin ningún tipo de señalización. Dos o tres estaban ocupados por autos. Una veintena de personas se me vinieron encima vendiéndome cosas. Un hombre, que no era empleado de la empresa Conferry, me preguntó en que clase del Express viajaba. Al decirle que VIP me dijo que diera la vuelta pues era por el otro lado, hacia la derecha. Comprendí la sonrisa del hombre que me chequeó el boleto y ahora me resonaron medio burlonas aquellas palabras: «más adelante le indicarán» ¡Viva la buena información!

Muchos pasajeros se han quejado de esto. ¿Pero para qué gastarse unos realitos en letreros de señalización si durante décadas las cosas han funcionado así? En la fila que me tocaba solamente tenía dos autos delante. Más pronto de lo que me esperaba dieron la orden para que pasáramos. Y sorpresa. Cuando llegamos al punto de control de la Guardia Nacional a la entrada al muelle, ¿qué creen que encontramos? Pues unos seis o siete automóviles que pasaron primero, ellos sabrán por donde, aunque seguramente que fue directamente por la salida. En estas cosas nada ha cambiado.

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3 respuestas a Otro viaje a la Isla de Margarita

  1. gracias por tu visita y comentrios en mi blog..
    seguimos en contacto..

  2. yeniret dijo:

    tienes que tener unas avitasiones de menos cantidad no tan caras yo se que es un lugar turistico pero acomoden eso xfa les esgribe yeniret TORREALVA

  3. yerika hernàndez dijo:

    hola, les saludo desde caracas en agosto del año pasado mis vacaciones fueron en margarita, me parace que es una isla muy encantadora con paises faunas y un monton de cosas bellas. creo que si el gobierno pone un poco mas de su parte me parece que margarita fuera un paraiso espectacular.
    muchas gracias

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