Palabras, palabras, palabras

muchacha hablando por un telefono movilHace muchos, muchos años, siendo mi hija mayor adolescente hizo un cursillo de algo, no recuerdo qué, iba de autoayuda o algo así. Cuando lo terminó nos reunió a su hermano mayor, a su madre y a mí alrededor de la hoguera en la jaima, para decirnos su verdad; decirnos todo lo que ella pensaba sobre nosotros.

Así lo hizo ella durante cosa de unos veinte minutos o más, con su usual labia. Nos dijo lo que ella pensaba y sentía de cada uno de nosotros. Que ella tuviera razón o no, que fuera cierto o no, carecía de importancia; al menos para ella. Cuando ella terminó se levantó y se fue muy dichosa y aliviada. No era para menos. Es seguro que debe de aliviar mucho poder decirle a los otros lo que se piensa de ellos, directamente y a la cara, como debe de ser. Sin derecho a réplica. Porque, al parecer, en el cursito aquel no se contemplaba el derecho de los demás a rebatir los alegatos.

Todo en la vida tiene su momento adecuado y su oportunidad, sea para una lisonja o una amonestación. Solo que hay personas que carecen de todo sentido de la oportunidad. Son esas que, cuando más triste y abatido estás, necesitando de ánimos y un poco de ayuda que te saquen del agujero, ellas se empeñan en echarte todo un responso y recordarte lo inútil que eres. Cuando estás alegre y bien, y menos lo necesitas, te dicen lo maravilloso que eres. Para decir te amo o dar un beso o un abrazo cualquier momento es bueno, y nunca serán suficientes todos los momentos posibles. Para decir te odio jamás será el momento.

Si malo es no tener el don del momento y la oportunidad, peor es no poder controlar la lengua y saber cuándo callar. Cuando las dos cosas se mezclan el desastre está servido, es solo cuestión de tiempo. Es preferible no decir nada que decir lo que no se siente, lo que no se debe o lo que nunca se hubiera querido decir; bien por un momento de arrebato, de tristeza o de ira. Porque esas palabras jamás se podrán recoger ni el daño causado podrá ser reparado. Cuando ese valioso jarrón de Bohemia cae y se rompe, aunque se unan de nuevo las piezas con el mejor pegamento, el jarrón siempre quedará resentido y lleno de grietas; ya no será el mismo de antes ni tendrá igual valor.

Cuando la caricia sincera y espontánea es rechazada, deseando más las palabras y las explicaciones que los hechos tangibles, a mí me parece que se ha llegado al punto de no retorno, aquel donde ya nada importa y todo está perdido. De ahí no hay vuelta atrás. Cuando el hijo perdido regresa a casa, el buen padre lo abraza, llena de besos y hace fiesta. No le pregunta en dónde ha estado ni porqué. Tan solo le interesa haberlo recuperado.

Los hechos son demostraciones concretas, las palabras pueden ser tan huecas como las plumas de un ave y estar llenas de aire. Quizás estemos demasiado acostumbrados a que los politiquillos nos llenen con palabras de promesas, durante la campaña electoral, que los hechos nunca refrendarán una vez que ellos alcanzan el poder. Un beso lleno de amor y una mirada encendida o un abrazo cálido y espontáneo, son mucho mejor que cualquier te quiero.

En la relación de pareja es muy fácil mentir con las palabras. Algunas personas son muy buenas en eso. Pero es difícil mentir con el cuerpo, al menos lo es para un hombre. Le puedes decir a una mujer que la amas y la deseas como a nada en el mundo. Podrás no decir nada y tener la cara triste y los ojos llorosos; pero cuando ella se ponga ante ti y te abrace, no importarán las palabras que salgan de tus labios, sino lo que tu cuerpo diga. Porque ante una mujer un hombre desnudo podrá mentir con sus labios, pero nunca con su cuerpo.
Yo prefiero los hechos concretos más que las palabras, porque ellas son tan solo eso, palabras, simples palabras.
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