Cuando uno observa un rato a ciertos representantes diplomáticos, y a muchísimos políticos practicando sus diplomacias de Estado, hablando en sus intervenciones públicas, puede llegar a parecer que la diplomacia se trata de:
– mentir, sin llamarles mentiras;
– engañar, sin decirle engaño;
– pedir favores y que te queden debiendo;
– no comprometerse, estando comprometido;
– aceptar varios males pequeños, a cambio de otro mayor;
– hablar mucho, pareciendo que sabes de lo que hablas; pero sin decir nada ni saber del asunto;
– contestar una pregunta, pero sin responderla;
– condenar la pena de muerte en un país, mientras se aprueba la invasión militar y las muertes masivas en otro;
– hacer informes sin comprometer a las partes;
– nombrar comisiones cuyos dictámenes no serán vinculantes.
«Esta Comisión, después de las investigaciones y análisis realizados, considera necesario que se nombre una nueva comisión de carácter técnico, que estudie, con más profundidad, la problemática encontrada, pues no era el propósito de esta Comisión ahondar en el tema sobrevenido.»
Por supuesto que las cosas no son así. Es de sobra conocido el gran valor de la diplomacia para resolver muchísimos problemas mundiales. Pero a veces, sólo a veces, pareciera eso. Porque todos sabemos bien que la diplomacia es… es… Bueno, la diplomacia es la diplomacia.
¿O será que esos puntos pertenecen solamente a la política, y no a la diplomacia en general?
Diplomacia política: Una manera de lograr lo que quieres del otro sin que se entere.