Por el amor de un perro supera la anorexia. (IV)

campaña contra anorexia

ADVERTENCIA: Esta es la cuarta parte de una narrativa basada en un hecho real y actual. Por motivos prácticos la he dividido en cinco fragmentos. Si no has leído el primero te recomiendo hacerlo.

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La cruda realidad.

Al recuperar la conciencia se encontró en una cama de hospital. Lo primero que hizo fue preguntar por su perrita. Su vecina Ana le informó que ella estaba en su casa, y que sus hijas la estaban cuidando bien. Eso la tranquilizó, pues sabía que una de las niñas adoraba a Mía.

El médico no se anduvo con medias tintas. Le habló claro. La hizo ver que, a sus 18 años, tenía toda una vida por delante… o no, ella decidía. Le informó que el cuadro de dengue hemorrágico que tenía era muy serio, empeorado por el tiempo transcurrido sin atención, su condición anoréxica y la debilidad en que se encontraba por el ayuno a que se había sometido. En pocas palabras, su estado era grave.

¿Perfección física o estupidez?

Fue la primera vez que ella tomó conciencia de lo serio de su situación, y a donde la habían conducido los días de ayuno absoluto. Por tantos desórdenes alimenticios su estómago rechazaba la mayoría de los alimentos, por eso vomitaba cada vez con más frecuencia. De seguir así, podía morir en cualquier momento. Se preguntó si, aquella búsqueda de la delgadez, era realmente algún modelo de perfección física o una estupidez sin sentido alguno, promovida perversamente por seres sin escrúpulos.

Todas las funestas ideas que cruzaron por su cabeza la deprimieron más, y se encontró sin ganas de vivir. Pensó que moriría irremediablemente, y que pronto se reuniría con su santa abuela. Pero no quería irse sin antes hablar con su pequeña perra. Sin embargo parecía muy poco probable, ya que no se permitía la entrada de animales en el hospital.

Amorosa complicidad.

Su vecina Ana, captando lo apremiante de la situación, en complicidad con otros, logró introducir a Mía en el hospital, camuflada dentro de una canasta para bebés. Al abrazar a su perra, Mar no puedo aguantar las lágrimas, a la vez que reía nerviosamente ante sus muestras de afecto.

Convencida de que no saldría de aquella, le pidió a su amiga que vendiera sus pertenencias y le buscara a Mía un hogar donde estuviera bien, y cuidaran que nunca pasara hambre ni le faltara nada. Ana la tranquilizó, asegurándole que quedaría en su propia casa, en donde a Mía nunca le faltaría un plato de comida y cariño, si eso llegara a pasar. La perrita, como si entendiera la gravedad de la situación, se mostraba nerviosa, gimiendo y pasándole la lengua.

En la confusión causada por su debilidad, Mar recuerda la llegada de su madre, que entre sollozos le pedía perdón por no haber estado a su lado. Ella le restó importancia al asunto, y le aseguró que por su parte estaba olvidado todo. Su madre, conociendo la delicada situación, con enorme dolor y arrepentimiento, se ofreció a cuidar a su perra si a ella le pasaba algo. Mar le dio las gracias débilmente, aunque pensó que prefería que la cuidara alguien que de verdad amara a los perros, y no por compromiso. Luego su mente se alejó de todo. Había entrado en coma.



Nota: Esta narración, basada en un hecho real, continuará, pues se ha dividido en 5 fragmentos para su publicación en la web

Última parte.

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3 respuestas a Por el amor de un perro supera la anorexia. (IV)

  1. Pingback: El guardián del faro

  2. Ari dijo:

    Hola Guardian del Faro! como te comente esoy siguiendo la historia, pero esta vez paso a comunicarte que te di un Premio desde mi blog, creo que no eres asiduo a esas cosas pero yo cumplo con darte el reconocimiento por tu excelente trabajo.

  3. Me dió cierto escalofrío de sentir el amor de ella por Mía, su mascota. Esperaré nuevamente la continuación.

    Ah!! ese gato lindo que está a la derecha nombrando tu fotoblog es divino!!

    Besitos afectuosos desde Colombia!

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