Tres días visitando algunos tíos y primos en Gijón y, además, unas horas muy agradables de patinaje por la ciudad. Gijón es mi ciudad de España predilecta. ¡Adoro a Gijón! Lo confieso. Cada día está más hermosa, y en el verano resulta brillante, esplendorosa y espectacular; su mejor época del año.
Aquí estoy yo, al pie de la escultura llamada La Madre del Emigrante, en un breve descanso de mi patinaje mañanero, antes de que todo el paseo —el Muro, como los gijoneses le dicen— que bordea la playa de San Lorenzo se abarrotara de gente. Esta vez yo no llevé mi cámara fotográfica, porque era demasiado bulto con todo y mochila para los patines, pero unos buenos samaritanos se ofrecieron a sacarme una foto con mi super teléfono móvil Nokia “Star Fighter Special Edition”, solo para hombres de acción. Porque los amigos me dicen que hablo de que patino, pero que no muestro ninguna foto. La verdad es que yo no he aprendido a sacarme fotos mientras patino. Es imposible quedar de cuerpo completo.
El domingo en la tarde fui con mis tíos y primos a comer al restaurante Casa Segundo, por detrás de la Universidad Laboral, pasando el Jardín Botánico. Tiene un hermoso merendero, además de la zona interna. ¡La comida es fabulosa! Por algo será que tiene tanta gente. El arroz con leche casero, con una crujiente capa de azúcar requemado, me dejó chupando la cucharilla y con la seguridad de que había comido más de la cuenta. Es que esa mañana yo ya había patinado tres horas y tenía un hambre… No podía ser de otra manera, porque, para rematar, unos culines de sidra delante le abren el apetito al más pintado. Aunque la mejor sorpresa en Casa Segundo te llega al final, cuando te presentan la cuenta. No te lo puedes creer. ¡Fueron apenas unos 17 € por persona! ¡Esto es Asturias!