Llegas a casa, cierras la puerta, dejas el carrito de la compra o lo que lleves, vas directo al baño y te lavas bien las manos un par de veces con jabón y te las seca; luego aplicas una solución antiséptica, para estar seguros, y sonríes feliz. ¿Piensas que ya estás limpio?
Pues permíteme decirte que quizás no hayas logrado nada y que, quizás, solo quizás, ya tengas el coronavirus encima y por todas partes metido en tu casa. Y no es que lo traes de la calle, es que ya te lo llevaste para la calle cuando saliste.
No entiendes el porqué, ¿verdad?
Te lo voy a poner con un ejemplo del edificio donde vivo. Para ello comencemos al revés esta historia, por cuando sales de casa.
Te has lavado bien las manos y sales de casa con el carrito, a ver si en el súper consigues lo que te falta. Llegas a la inmensa puerta doble de hierro, que para entrar hay que pasar la llave y empujar con el hombro o con un pie como si fueras Sansón. Pues te encuentras que por dentro, quizás a la presidenta de la comunidad de vecinos o a la empresa que lleva la administración, se les ocurrió reparar la cerradura, que siempre daba problemas. Y en un acto de “iluminación equina” sustituyeron la manilla por un pomo dorado bien brillante, que parece de bronce. El mismo de la imagen. Un pomo tan sumamente duro de girar que para hacerlo hay que agarrarlo con la palma completa y, aún con todo, a mí me cuesta y me he encontrado con un par de personas de más edad que no lograban abrir la puerta para salir.