Esos músicos solitarios de los espacios públicos

Músico callejero tocando el saxoEntre junio del 2007 y julio del 2013 escribí seis artículos sobre los músicos que uno se encuentra en diversos lugares. Al final de este post dejo el enlace a los cinco. En el caso de Madrid, es usual encontrarlo en los pasillos del metro, en calles y en alguna plaza. Durante los fines de semana veraniegos no faltan en el parque del Buen Retiro.

Me he referido a ellos y también a la actitud que observo en quienes les pasan al lado. A lo largo de estos siete once años he hablado con bastantes de estos músicos, y tengo amistad con algunos. De esa forma he ido recopilando información sobre los motivos y circunstancias por las que están allí.

Uno de mis artículos pasados lo titulé «Esos músicos callejeros». Hoy, a raíz de lo que conozco sobre ellos, he preferido subsanar ese error. Porque, por más que esa sea la expresión que se utiliza para designarlos, la palabra «callejero» puede traer connotaciones inadecuadas, incluso peyorativas. Y no fue mi intención en aquel momento. Ahora prefiero denominarlos «músicos de los espacios públicos».

Digo solitarios porque hay muchos que tocan solos, quizás sean la mayoría. Pero no es inusual conseguir pareja, trios y cuartetos, incluso verdaderas bandas. Por eso de que Dios los cria y ellos se juntan.

A través de esos artículos pasados yo mencionaba que entre esos músicos los había de todo tipo. En uno de ellos dije:

Te encontrarás al que apenas puede sacarle algunos malos sonidos a una flauta dulce que se compró hace poco. Posiblemente lo hace porque se siente más valorado como persona si realiza algún esfuerzo, en lugar de sólo mendigar una limosna. Y verás al que arranca melodías con un par de dedos en el teclado de un órgano electrónico, con profusión de sonido, pero gracias al abuso de las melodías y acordes de acompañamiento automático que traen esos instrumentos.

Ahora tendría que añadir el individuo que realiza escalas en un xilófono de láminas de madera, de una forma constante y repetitiva; porque parece que no aprende nada más.
Pero también hay mucho arte con verdaderos músicos; algunos o muchos de ellos fueron profesionales en algún momento.

Entre todo lo que me han contado hay historias de lo más variopintas. Algunas, bastantes, con fuertes dramas detrás. Generalmente entre los músicos de Europa del Este que perdieron su silla en las orquestas. Los motivos para ello son múltiples. Son esos músicos «profesionales», personas que hicieron de la música un trabajo como cualquier otro y, como en cualquier otro, hoy tienes trabajo y mañana no.

Sin embargo, no todos son personas desempleadas o en riesgo de exclusión social. Hay muchos más de los que yo me pude haber imaginado, que están tocando en los espacios públicos por una libre elección.
Sobre esto voy a transcribir lo que me dijo Aldo Adler, uno de ellos a quien ya mencioné en mi primer artículo sobre esto, que titulé: El Metro, ese otro mundo.

Quiero contarte que no me has encontrado tocando en el metro empujado por el desempleo, ni nada parecido. Lo que hago es producto de una elección que me permite mantenerme totalmente libre.
Canto desde que tengo uso de razón y mi vida entera ha estado guiada por la música y la literatura, aunque por los prejuicios sociales inoculados «con la leche templada y en cada canción» a través de nuestra educación me dediqué al análisis de sistemas, al periodismo y a la industria para criar a mis dos hijos, sin dejar de hacer música en un plano amateur.

Llegado a un punto, se me presentó la posibilidad de elegir la libertad, y la cogí (dicen que la pintan calva) y ahí me tienes, más rico que nunca en mi vida. Canto todos los días dos horas y media en el Metro. Eso me permite vivir sin rendirle cuentas a nadie y mantener mi voz en condiciones, que ya tenemos los años encima y detrás de la voz se va el resto.
En lo que queda del día me dedico a lo que me interesa: el amor, los libros y la música.
Te puedo asegurar que a la mayoría de los músicos que encontrarás por la calle o en el Metro le pasa algo muy parecido. No se trata de personas en riesgo social, sino gente que se gana la vida sin el estrés de «ojalá que este mes no me despidan» y sin aguantarle tonterías a ningún jefe. Libres… Tú sabes bien de qué va eso.

Muchos de esos músicos que nos encontramos en los espacios públicos tienen actividades relacionadas con la música: son productores, dan conciertos, participan en orquestas, graban sus propios discos de estudio; transcriben partituras por encargo o les añaden la letra de la canción, realizan arreglos orquestales, tienen sus páginas Web, etcétera. De todo lo que he conversado con estos, he encontrado que tienen dos puntos en común: el amor por la música y ese peculiar agrado por el contacto con el público.

Con respecto a esto último, lo que yo he podido observar es que los pasillos del metro no resultan el mejor lugar para recibir aplausos. La gente te echará alguna moneda, sí, pero suelen llevar demasiada prisa para alcanzar el tren al que van o para salir de allí.

En la calle, al contrario, particularmente durante los fines de semana y festivos, sí que se detienen más, escuchan cuando les agrada y aplauden. Le darán unas monedas o no al músico, pero el valor agregado que da su atención, la conversación, el interesarse y sus aplausos ya se lo ganó; ese es el contacto que ellos sienten.

Se me iba a quedar el resumenen el tintero.  De todos aquellos músicos con los que he ido hablando, un buen porcentaje tenía aquella actividad como su única fuente de ingresos; la mayoría eran padres de familia, algunos otros tenían a cargo sus padres. Para otros es un ingreso complementario que se hace notar. Como el caso de un violinista septuagenario que toca en el metro. Suele estar acompañado con su esposa. Para ellos representa el complemento a una pensión con la que, por sí sola, malamente logran sobrepasar la quincena.

De los jóvenes, la mayoría son estudiantes de bajos recursos económicos, quienes tocando unas horas pueden adquirir los libros que necesitan y afrontar gastos de estudios, de alojamiento y manutención. También para ver si, el Destino por el medio, los descubre algún cazatalentos o les sale algún contrato. Este último aspecto es común a todos esos músicos, indistintamente de su edad y condición.

Tres jóvenes que tocaban en solitario, en diferentes sitios y momentos, usaban aquellos ingresos para pagarse las clases de música. A otros, ese ingreso les sirve para disponer de dinero para afrontar sus gastos personales. Y no faltan en verano quienes, con lo que sacan en el día a día por su música, se costean las vacaciones.

En este video de una arpista a quien conozco, Elena Aker explica bien los motivos por los que ella toca en la calle. Me parece que resume perfectamente el sentir de muchos otros como ella y lo que he tratado de decir en este artículo.

Elena Aker Elena interpretando al arpa River Flows in you (Yiruma)

Los otros artículos que he escrito sobre este tema:

El Metro, ese otro mundo 1-06-2007
Los músicos del Metro 09 junio 2007
Músicos de calle y Metro, certificados. 11 agosto 2007
Excelentes músicos que te encuentras en el Metro 19 junio 2010
Esos músicos callejeros 11 julio 2013 25 – Contine 25 imágenes de músicos callejeros.
La música del parque del Retiro 25 julio 2013

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