Como ya comenté en mi post anterior sobre Peñíscola, en un viaje en tren que hice desde Madrid a Benicarló-Peñíscola, con un transbordo obligado en Valencia, lo primero que me llamó la atención en esa comunidad fueron la cantidad de toponímicos de origen árabe o morisco, para designar ciudades y municipios. Son los nombres que comienzan con los prefijos BEN y BENI.
Estos son vocablos que entran en la composición de algunos nombres propios musulmanes y que significa hijo de e hijos de. Viene de la raíz árabe BN, cuya forma más apropiada es la de IBN en masculino (hijo de) y BINT en femenino (hija de). En árabe viene a significar que se es familia o descendiente del gentilicio correspondiente.
BENI es similar al vocablo BANU, más utilizado en todo Oriente Medio para designar al nombre de tribus de raíces árabes.
Normalmente ese vocablo se escribe separado, tal como Hassan Ibn Tawfic (o Hassan Ben Tawfic); pero terminó por convertirse en un prefijo unido al nombre. Por similar proceso histórico surgió el prefijo BENA.
En Marruecos, por ejemplo, pasaron a convertirse en apellido fundiéndose ambos términos. Así tenemos apellidos como Benarroch, Benmergui, Benlabah, Benhaddou, Benjelloun, Benkassen y tantos otros.
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Yo no recuerdo haber escuchado de ella, hasta hace un par de meses. Hice unas averiguaciones, me interesó y decidí visitarla. Eso sí, lo hice hace unos días, dando tiempo a que la mayoría de los temporadistas veraniegos que la abarrotaban se fueran marchando. No me gusta irme tropezando con la gente. De todos modos todavía quedaban turistas. Pero pude darme unas tranquilas caminatas y patinadas por la ciudad nueva. También me pateé muy bien la ciudad vieja encerrada entre las murallas en el Peñón, a la sombra del gran castillo que en la cima lo preside todo y que, por supuesto, hubiera sido para mí un pecado imperdonable no haberlo visitado.
Diez años, diez, han pasado desde que este blog salió al aire.
Ya hace algunos días que está publicada y disponible mi última novela titulada 










