Mercadillo dominguero

El mercadillo de la Av. De Asturias, que arranca desde la Plaza Castilla, en Madrid, es un infaltable de los domingos.

Aprovechando que era un fin de semana de puente largo, por eso del lunes Día del Trabajador, unido a un martes feriado de la Comunidad de Madrid, me di un paseo por él. Tal como lo pensé, había mucha menos gente que en domingos normales, lo que me permitió caminar con más tranquilidad.

El marcadillo se convierte en un punto de encuentro étnico.

Razas, culturas, creencias y religiones diversas se dan cita allí . Aquello es una Torre de Babel en donde los idiomas extraños son múltiples. Se nota un claro predominio de sudamericanos, particularmente ecuatorianos y peruanos. Pero no faltan tampoco los representantes de la Europa central y de los países africanos.

Unos sacan a sus mascotas; algunos pocos pasean en bicicleta o patines. Otros llevan a los niños a dar una vuelta y tomar un agradable sol que aún no molesta. Pero eso es secundario, pues casi todos van a lo mismo, que no es otra cosa que la caza de algún buen artículo a un bajo precio.

¡Pasen y vean, todo a tres euros!
¡Aprovechen, todo a tres euritos!

Los gritos de los gitanos, y los que no lo son, se dejan oír por encima de la algarabía callejera.

Ropa de vestir, zapatos, bisutería, perfumes, maletas, bolsos, cinturones, carteras y otros complementos, accesorios para las mascotas, rastrillo y todo lo que puedas imaginarte y lo que no esperarías encontrar, a precios que seguramente no puedes imaginarte.

No entiendo de donde puede venir la ropa para que vendan a tres o cuatro euros unos pantalones, camisas o faldas, cuando el costo del material es superior a eso si lo fueras a comprar a una tienda del ramo.

Pero, en fin, ese es el secreto del mercadillo, y parte de su encanto.

No es necesario comprar nada. Solamente con caminar y observar a la gente, sus comportamientos y expresiones, merece la pena para pasarse un buen rato y aprender algo nuevo.